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Panorama electoral venezolano

Segundopaso – Si bien Venezuela ha sido reducida mediáticamente a dos grandes sectores, “chavismo” y “oposición” -izquierda y derecha-, la realidad es mucho más compleja que esa. Tanto el “chavismo” como lo que conocemos como “oposición” son abstracciones de un universo mucho más plural y diverso.  Tales diferencias se han vuelto electoralmente evidentes de cara al 6D, pero han estado subterráneamente presentes durante todos estos años.

Así pues, hoy, a grandes rasgos, tenemos dos “núcleos” opositores; el primero, subordinado a las políticas y el dictamen de Washington, asociado con la figura de Juan Guaidó, cerrado a cualquier negociación con el chavismo; el segundo, estratégicamente orientado a la ruta electoral y conciliatoria, abierto al acuerdo y negociación con el chavismo. Los primeros acusan a los segundos de “colaboradores”, mientras estos señalan la ausencia de “independencia política” de los primeros. En las elecciones del 6D participará el núcleo opositor que apuesta por la vía del acuerdo y la conciliación.

Por el otro lado, el chavismo parece tener también dos grandes “núcleos” de sentido. El primero, representado electoralmente por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), creado por Hugo Chávez y liderado actualmente por Nicolás Maduro; el segundo, representado electoralmente por el Partido Comunista de Venezuela (PCV), quien acusa al primero de  una supuesta “desviación” del proyecto político chavista. Ambos núcleos reclaman para sí la autenticidad del “legado” y el proyecto de Chávez.

Más allá de los núcleos que agrupan a las organizaciones políticas, el pueblo venezolano también manifiesta una gran diversidad. En las últimas encuestas, más de la mitad de la población se declara independiente, es decir, no se identifica con ninguna parcialidad política. Los polos que hegemonizaron la política electoral venezolano durante los últimos veinte años han perdido capacidad de atracción y además sus diferencias internas se han vuelto visibles. La hegemonía política en Venezuela se encuentra en disputa y esta vez hay nuevos actores que reclaman su espacio.

Describe usted un país políticamente dividido ¿Cuáles serían los efectos o consecuencias de tal situación, tanto electoralmente como en el futuro político de Venezuela?

Hoy observamos un incipiente pero consolidado proceso de despolitización en Venezuela, cuando un importante sector de la población no encuentra en la política un lugar de relevancia para transformar su vida o, peor aún, la considera la fuente de todos los males de la sociedad. Este hecho se manifiesta no sólo en el aumento de la migración, sino también en los índices de participación electoral de los últimos años, así como en la disminución de la capacidad de movilización política por parte de los principales actores.

Es así como la principal consecuencia de las divisiones políticas y del ejercicio político partidista de los últimos años es la despolitización. Uno podría calificar este proceso como una “neoliberalización”  o “privatización” de lo político, donde los sujetos deciden resolver individualmente problemas de carácter estructural, orientados por la idea de que “cada quien resuelva lo suyo”. Probablemente, esta situación está asociada con una sensación de “abandono” y “orfandad” por parte del Estado y de los actores políticos en pugna, incapaces de asumir y viabilizar las demandas de las mayorías. Existe, pues, una crisis de representación que se resuelve a través de estrategias individuales, lo que hace que, en términos culturales, sean encarnados los principios de vida del neoliberalismo.

Paradójicamente, en términos inmediatos, político-institucionales, tanto las divisiones como el proceso de despolitización parecen favorecer al gobierno venezolano y al PSUV. Esto es así ya que disminuye la organicidad y capacidad de movilización de las fuerzas que se le oponen, dejando un camino despejado para su actuación a partir del uso de la fuerza burocrática-institucional. Desde ahí, el gobierno y el PSUV logran incluso dibujar a su adversario y decidir a cuál de ellos se enfrentan según la ocasión.

Entonces la actualidad se resumiría así: una tendencia social al ejercicio de una cultura neoliberal en lo cotidiano, que -por supuesto- encuentra resistencia en los sectores más politizados del chavismo que convocan a la organización y acción colectiva; y una disminución en la magnitud de las fuerzas políticas que se oponen al chavismo, cuyo correlato es el uso de la fuerza burocrática-institucional que permite al gobierno y al PSUV moverse con mayor facilidad en el escenario político.

Cabría esperar entonces, altos niveles de abstención electoral, superiores al 50% del registro, así como un triunfo en el voto nacional y en número de diputados para el PSUV. La oposición que participa tendrá serias dificultades para movilizar y captar el voto de su población objetivo, pues no sólo combate el llamado a abstención de la oposición subordinada a Washington, sino su propia división electoral y la despolitización emergente que afecta con mayor fuerza a su propio sector.

Por el otro lado, la opción del Partido Comunista de Venezuela, reivindicadoras del proyecto chavista, pero alejada de la gestión de Maduro, probablemente captará una importante cantidad de los votantes chavistas insatisfechos con la actual gestión, principalmente de los sectores profesionales e históricamente politizados. La cuarentena por el COVID19, sumado a las dificultades comunicacionales y logísticas para llegar a otros públicos y movilizar votantes, así como lo corto de la campaña, podría jugar en contra del PCV; sin embargo, dadas las debilidades opositoras, no habría que descartar que se convierta en la segunda o tercera fuerza política con mayor presencia en la Asamblea Nacional.

¿Cómo se vislumbra la política venezolana para el año 2021?

El primer evento político importante será la instalación de la nueva Asamblea Nacional. Recordemos que parte de la actual AN se ha negado a reconocer la legitimidad de las elecciones del 6D, por tanto, sus resultados serán ignorados y proclamarán la “continuidad administrativa” de la AN de 2016. Este acto promete quedar circunscrito a lo anecdótico, salvo que Estados Unidos y sus aliados decidan intervenir directamente.

El juego está trancado en la política venezolana y las elecciones del 6D no parecen modificar en nada la actual situación, sino, más bien, postergarla. Sin embargo, la emergencia de nuevos actores políticos, tanto opositores como chavistas, podría tener un impacto dinamizador sobre el ejercicio político, si bien cabría recordar que en la actualidad las mayores urgencias a resolver son de tipo económico.

Para el chavismo, las disputas abiertas entre el PSUV y el PCV pueden tener un efecto revulsivo y regenerador, siempre y cuando tales disputas no sean individualizadas sino programáticas. Esta disputa resulta más interesante cuando se observa el entrecruzamiento con los bloques que en los últimos años han caracterizado al chavismo: el Bloque Burocrático-Institucional y el Bloque Popular-Revolucionario. Aunque en principio cabría pensar que el primero se asocia con el PSUV y el segundo con el PCV, lo cierto es que el tejido histórico del chavismo funciona como antídoto para estas identificaciones binarias, por lo que ambos partidos se encuentran atravesados por los dos bloques.

Para la oposición que participa electoralmente, todo es ganancia, pues logra separarse definitivamente de la estrategia de Washington y comienza a construir una opción política que era impensable hace algunos años.

La existencia de una AN plural, el cierre de funciones de la Asamblea Nacional Constituyente y los movimientos de apertura económica adelantados por Maduro, podrían ser un guiño para el nuevo gobierno de Biden, como parte de una estrategia de negociación para conseguir la eliminación o disminución de las medidas coercitivas unilaterales aplicadas por EEUU y sus aliados contra Venezuela. Aunque en esa materia todo resulta especulación, el futuro inmediato de Venezuela está condicionado por ella.

Óscar Lloreda

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