Opinión

El 2020, Un Equilibrio Precario (II)

Segundopaos – Es verdad que el 2020 pesaba en demasía, cansaba como si lleváramos un piano de cola sobre los hombros, escaleras arriba; dolía, como un cilicio en la cintura, oculto bajo la ropa. Pero, como ya dijimos, no existe ninguna relación oculta entre esa fecha y lo que le aconteció a la humanidad y a los seres vivos. La explicación no está en la numerología ni en lo esotérico.

Habiendo recordado esto, es muy probable que el asesinato del general Qassem Soleimani y de Abu Mahdi al-Muhandis se haya llevado a cabo como cortina de humo para que la atención no se enfocara en el juicio político contra Donald Trump. La Cámara de Representantes de Estados Unidos había solicitado formalmente el proceso de impeachmentel 24 de septiembre de 2019, bajo los cargos de abuso de poder y obstrucción del Congreso. Pero también pudo ser una demostración de fuerza para recargar la popularidad, un mensaje del rojizo anglosajón a sus partidarios ultranacionalistas y supremacistas, a sus correligionarios del Ku Klux Klan, a la gusanera de Florida y a los desclasados. Es probable que con ello esperaba asegurar, desde bien temprano, su triunfo en las quincuagésimo novenas elecciones presidenciales del 3 de noviembre, motivando así el voto duro del rancio conservadurismo y de los obnubilados.

Otra explicación posible es que la eliminación del héroe Soleimani, el bienaventurado invencible, el trascendente, fuese una condición imperativa para poder anunciar el Acuerdo del Siglo. Esta teoría parece más probable, ya que el 28 de enero, sospechosamente, el presidente de Estados Unidos anunció este infamante Acuerdo, hecho a la medida de los intereses de Israel. Un acuerdo que no solo destruiría la posibilidad de un Estado palestino soberano, sino que también legalizaría la colonización sionista y eliminaría el derecho de que los refugiados puedan retornar a sus tierras. Sin la presencia de Soleimani y Abu Mahdi al-Muhandis creyeron y creen, estúpidamente, tener el campo libre para declarar a Jerusalén como la capital indivisible del Estado sionista y anexar hasta un 40% o más de Cisjordania, incluyendo toda Jerusalén Este. Los zopencos mata niños son incapaces de comprender todavía que Soleimani no era solo un hombre, sino un espíritu libertario sembrado en el corazón de los avasallados.

El Acuerdo del Siglo, condenado por la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), fue uno de los peores sucesos de ese año. Desfachatadamente, propone desentenderse de los 5 millones y medio de refugiados, plantea la creación de un micro Estado palestino en el diminuto territorio que reste luego de la barahúnda y el pillaje sionista e incluye, como si fuera poco, el desarme del ejército palestino y de todos sus cuerpos de seguridad. A cambio, los muy magnánimos, ofrecen un Plan Económico para Palestina, un fondo de inversión de 50 mil millones de dólares y una flamante embajada gringa en su nuevo territorio.

 

Cómo reacciona el mundo ante esto. La mayoría de las personas en Nuestra América sufrió mucho al ver, a través de los medios, cómo ardían sin parar los bosques de Australia. Esto es un sentimiento noble y necesario, dado que la naturaleza y sus maravillas se nos van como agua entre las manos; y estas emociones tienen lugar a pesar de que la distancia que nos separa de Oceanía está entre 12 y 17 mil kilómetros, dependiendo del país donde nos situemos. Sin embargo, muchas de esas mismas personas miran con total frialdad lo que sucede en Palestina, son indiferentes al fuego que extingue la vida de los niños y niñas cuya sangre es de aromática oliva. Paradójicamente, dicen que aquello no les atañe porque se trata de una cultura muy distinta y ocurre en un lugar remoto (unos miles de kilómetros menos que Australia); lo cual es falso, dado que una parte de la diáspora palestina y sus descendientes vive con nosotros y constantemente resuena en nuestra conciencia el metal de las llaves de sus casas, las que abandonaron por la fuerza y anhelan recuperar. La gente observa la tragedia del pueblo palestino (y de otros pueblos en condiciones similares) como quien observa un cuadro realista en un museo neoyorkino. No se detienen a pensar sobre las consecuencias que tendría este macabro Acuerdo del Siglo, pero lloran (y nosotros con ellos) al ver las horrendas imágenes de inocentes canguros y koalas abrasados por las llamas. Sin duda, los medios dirigen las emociones globales como quien dirige una orquesta.

Quizás la cacería troglodita que le dieron al bondadoso y misericorde Soleimani sí fue una declaración de guerra o simplemente una estrategia para conocer la capacidad de respuesta del ejército iraní o un calentamiento calculado de la región para incrementar las tensiones y disparar los precios del petróleo. O todo ello junto. De cualquier manera, si Irán fuese un país con otra doctrina distinta, el resultado hubiese sido la conflagración global, pero el islam es una religión de paz que coloca el conocimiento y la paciencia por encima de la impulsividad y la arrogancia. En este caso, fue la sabiduría del Líder Supremo Ayatolá Jamenei quien propuso llevar a cabo una venganza proporcional y bien administrada en el tiempo, de allí que aún no se sepa cuáles podrían ser las acciones a futuro.

Luego de haberse materializado el asesinato, el Parlamento iraquí aprobó una resolución que demandaba la salida de las tropas estadounidenses de su territorio, posición que se mantiene hasta hoy día. Así que este infamante ejército fue tratado ya no como mediador de un supuesto orden democrático, sino como como lo que es, una hueste invasora, una horda de bandidos, genocidas, oportunistas y asaltantes de las riquezas del Medio Oriente. Acción y reacción en un escenario geopolítico complejo que termina estabilizándose precariamente. El pueblo iraquí y las Fuerzas de Movilización Popular (PMF) no abandonarán la lucha.

Ocurrió todo esto y aun no llegaba marzo. El mundo todavía no se recuperaba del susto sobre un posible conflicto bélico a gran escala y de pronto se vio en medio de una verdadera tragedia de proporciones apocalípticas. Ya se sabía sobre el brote de un peligroso virus desde diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, pero no fue hasta el 11 de marzo de 2020 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció el COVID 19 como una pandemia. El 30 de diciembre, tan solo nueve meses después del anuncio, las estadísticas fueron espeluznantes: el número de muertes alcanzó los 1.8 millones, la mayoría en Estados Unidos, Brasil, India, México y Italia. De acuerdo con la OMS, al menos un 10 % de la población mundial ya se había contagiado de esta enfermedad, es decir, 780 millones de personas.

Esta pandemia, la microbiológica, no la imperial, nos doblegó casi por completo. Muchos de los estragos causados por el COVID 19 se debieron a la falta de unidad y solidaridad de la especie humana. Los comportamientos fueron muy variados, hubo diversas reacciones individuales, colectivas, sociales, nacionales y de los centros de poder que impidieron ser coherentes en las acciones globales. Los intereses económicos fueron colocados por encima de la vida de millones de personas. Algunos, apoyados en teorías conspirativas la llamaron plandemia, otros la asimilaron como una nueva forma de vida y la llamaron covidianidad, otros la consideraron un castigo divino y no pocos piensan que se trata de una mentira; estos son los anticovidianos y los antimascarillas que han surgido en Brasil, México, Estados Unidos, Italia, Francia y Reino Unido.

Hay quienes exigen el derecho constitucional de propagar la enfermedad. Muchos otros la subestimaron y negaron, hicieron abstracción de ella; los más poderosos se sintieron perdurables e inmunes. Este conjunto de opiniones y actuaciones contribuyó a extender los efectos mortales del virus. En todo caso, el mundo tardó mucho en comprender la verdadera dimensión del problema. El microscópico enemigo arrasó las vidas y las economías del planeta, sin distingo de razas, credos o clases sociales; aunque con peores consecuencias para los más pobres.

Todo ha sido como si la naturaleza nos obligara a recogernos para realizar una profunda reflexión de lo que somos, de lo que hemos hecho y de lo que podemos llegar a hacer. Un ejercicio de carácter moral que debemos continuar en este nuevo año 2021, para sopesar el verdadero valor de lo material y lo espiritual, para escoger entre el humanismo y la barbarie, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Debemos decidir de qué lado estamos y hacia dónde debemos dirigir nuestras futuras acciones. Esperamos que la bondad se multiplique y contribuya a mantener el equilibrio de la naturaleza y de nuestras sociedades, aunque sea precariamente, hasta que se imponga la justicia en el planeta.

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