Mandela manifestó muy pronto un espíritu rebelde y lo expulsan de la Universidad de Fort Hare por un conflicto sobre la elección de representantes estudiantiles. En Johannesburgo militó en el Congreso Nacional Africano (ANC) y co-funda la Liga de la Juventud del mismo partido. Fue un abogado y político, activista sudafricafricano, quien estuvo preso durante 27 años por su oposición a la política de segregación racial. Tras su liberación recibió el Premio Nobel de la Paz y en 1994 se convertía en el primer mandatario negro de Sudáfrica elegido por sufragio universal.
Mandela hiso frente a un régimen que institucionaliza el apartheid en 1948, tomó las riendas del partido, fue detenido en múltiples ocasiones hasta que fue condenado a cadena perpetua, pero proclamó su profesión de fe: “Mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos vivan en armonía con igualdad de oportunidades (...) Un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
Aun permaneciendo en la isla-prisión de Robben Island, a la altura de Ciudad del Cabo (suroeste), o bien desde otras celdas, Mandela inspiraba a sus compañeros con mensajes de lucha, unidad y liberación.
Su legado en contra del racismo y la exclusión social
Mauricio de María y Campos, ex embajador de México en Sudáfrica, considera que tres rasgos que le dan a Mandela una dimensión particular, difícil de encontrar en otros de los grandes luchadores sociales, líderes políticos y estadistas del siglo XX y de lo que va del XXI.
Primero: A lo largo de su vida, Nelson Mandela supo inspirar a un pueblo e ir sumando a un número creciente de adeptos —incluso a los que lo criticaron— gracias a su valor moral y al testimonio permanente de justicia, perseverancia y sacrificio personal por un ideal compartido por sectores crecientes de la sociedad. Dejó siempre claro que el fin de la discriminación racial y la exclusión social estaban por encima de cualquier beneficio o interés personal.
Segundo: Mandela aprendió y practicó siempre el arte de negociar y conciliar escuchando a todas las partes para convencerlas que era en bien común el que debía prevalecer para llegar a acuerdos y pactos. Lo hizo entre sus compañeros de etnia y de partido, así también con otros grupos que tenían visiones divergentes y sus rivales entre la población blanca, para lograr sus fines últimos: una nueva Constitución y la transición a una sociedad democrática, con justicia e inclusión social.
Tercero: Mandela fue capaz de llevar a la práctica su nueva visión de sociedad. No fue sólo un líder moral y un luchador social ejemplar y perseverante. Fue capaz de emprender la construcción de una sociedad diferente, comprometida con el cambio, para establecer las bases de un Estado de derecho y realizar los sueños de la población mayoritaria de su país. Lo hizo con símbolos (un himno nacional en cuatro idiomas, nueva bandera, deportes compartidos), pero también creando leyes, instituciones y programas de crecimiento con inclusión social e instrumentos de política pública (por ejemplo, el empoderamiento negro por la vía educativa y financiera).
Nunca consideró la libertad como algo que debía alcanzarse de una sola vez, sino como una meta que se mantiene y que requiere de un proceso y de acciones permanentes. En su libro, El largo camino a la libertad, Mandela cita:
He andado ese largo camino a la libertad. He tratado de no desfallecer. Pero he descubierto el secreto de que, después de remontar una gran colina, uno se encuentra que hay muchas más colinas que remontar. Yo puedo descansar sólo un momento, porque con la libertad vienen responsabilidades y no me atrevo a descansar, porque mi larga travesía no ha terminado aún. (Long Walk to Freedom, 1994)”.
La población afro en Latinoamérica
Uno de cada cuatro latinoamericanos se identifica como afrodescendientes; sin embargo, son considerados la minoría más invisibilizada de América Latina, formada por unos 133 millones de personas; la mayoría está concentrada en Brasil, Venezuela, Colombia, Cuba, México y Ecuador, que comparten una larga historia de desplazamiento y exclusión.
Los movimientos sociales afrodescendientes a través de su propia resistencia, conservan su memoria histórica, y se reconocen en la luchas de los africanos esclavizados - el peor genocidio de la humanidad – reivindican las insurrecciones de cimarrones y cimarronas como los primeros avances de una propuesta anticolonial y se inspiran en una nación independiente, caso Haití de 1804, el papel jugado en los ejércitos independistas y su actuación en las luchas por la liberación de América, las luchas obreras de finales del s. XIX. Su activa participación en movimientos sindicales y campesinos en el s. XX y en la vida contemporánea se han fortalecido, hoy contribuyen activamente en la construcción de una sociedad justa, igualdad y equidad social, que han surgido al calor de las luchas de la primera década del siglo XXI. Han conjugado su activismo en una alianza con sectores indígenas y organizaciones populares desmontando toda la estructura de un estado dominante que contribuye a su situación de pobreza.
El movimiento afro lucha progresivamente en el ejercicio de la democracia protagónica, acompañado de un claro discurso antiimperialista. Pues el imperio estadounidense y europeo han sido los causantes principales de su esclavitud y han pretendido siempre detener el desarrollo de las luchas anti racistas en el mundo, que se levantan para erradicar los rostros de la pobreza, contra la marginalidad social y desigualdad vergonzosamente estructurada desde el surgimiento del capitalismo.
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