Europa, el continente donde la muerte se exporta hacia países que requieren de su molde supuestamente democrático, ha visto cómo en mitad de octubre se producían dos ataques mortales, los que dejaron más de siete fallecidos.
Particularmente estos ataques han ocurrido en las ciudades de Kongsberg y en Leigh-on-Sea, Noruega e Inglaterra, respectivamente. En el primer caso, un criminal formado en el seno de las tradiciones ultraderechistas asesinó a seis personas con arco y flechas, y en el segundo, el diputado conservador británico, David Amess, fue apuñalado en reiteradas ocasiones por otro individuo.
Los medios corporativos que cubrieron estos eventos se lanzaron a la aventura desinformativa de atribuir, automáticamente, estos condenables hechos a supuestos móviles religiosos. En ambos casos, algunas agencias apuntaron, sin investigaciones de por medio, a la comunidad musulmana, dejando de lado datos que apuntan a la motivación ideológica que motivaron similares agresiones, tales como el asesinato el 22 de julio de 2011 en Noruega, donde 77 personas fueron masacradas a manos de Anders Breivik, un neonazi antimusulmán.
De igual forma, el crimen del exdiputado Amess tiene muchos paralelismos con el asesinato ocurrido en junio de 2018 de la diputada laborista, Jo Cox, quien fue apuñalada y tiroteada en horas diurnas en Birstall, condado de West Yorkshire (norte del país). Su asesino fue el extremista de derecha, Thomas Mair, quien fue condenado a cadena perpetua a fines de 2020.
Por lo visto la cruzada de estos criminales tiene un colchón para amortizar los móviles de estos sangrientos hechos, los que ponen a resguardo el contexto en el cual se crían los asesinos, que no es otra cosa que las tradiciones neonazis, ultraderechistas y de islamófobos en virtud de sus contextos culturales, en los cuales los medios de comunicación corporativos han creado una caricatura absurda y a su propias interpretaciones de un Islam hecho en Hollywood, funcional a los intereses estratégicos de las potencias occidentales, y en resumen, de los consorcios económicos, pendientes de que esas caricaturas del Islam funcionen en base a sus intereses, pero en detrimento y perjuicio de los propios musulmanes, cuyos países se han visto invadidos por las mismas empresas del ámbito bélico que financian a esos medios de comunicación caricaturezcos que emponzoñan a los consumidores indicándoles qué es y qué no es Islam, según sus intereses.
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