“Revolución quiteña”, que dio lugar al “Primer Grito de la Independencia”. Ese día fue destituido el presidente de la Real Audiencia de Quito, Manuel Conde Ruiz de Castilla, instalándose una Junta Soberana de Gobierno; seis días más tarde se instala un ‘Cabildo abierto’, es decir una reunión para tomar decisiones sobre asuntos políticos, que ratificó el cese de funciones de Ruiz de Castilla y por eso se conoció a este evento como el primer grito de la Independencia, porque fueron los quiteños quienes asumieron el poder que inspiró los futuros levantamientos en el continente.
Tampoco quedaban dudas de que el movimiento de aquellos criollos patriotas se inspiraba en el pensamiento ilustrado inculcado por Eugenio Espejo (prócer y escritor quiteño) que, sobre todo asumió como suyo el principio de soberanía popular y de representación del pueblo, que se ejecutaba en un acto revolucionario y movilizaba un proyecto autonomista de trascendencia.
Lamentablemente este gobierno popular duró solo unos meses, pues la Junta de quiteños tuvo que dimitir por presiones del ejército español y Ruiz de Castilla regresó al mando. Algunos próceres e ilustres patriotas del 10 de agosto fueron capturados y asesinados un año más tarde, otros pudieron escapar, pero murieron en el exilio.
La masacre del 2 de Agosto 1810
Cuando las autoridades españolas (peninsulares) dispusieron eliminar la rebelión movilizaron tropas desde Guayaquil, Popayán y Pasto con la misión de tomar Quito y acabar con los insurrectos; al ser apresados y condenados, el pueblo de Quito emprendió en acciones para rescatar a los patriotas encarcelados en el Cuartel Real de Lima (actual Museo de Cera), hecho que terminó en la masacre de los próceres el 2 de agosto de 1810.
El motín del 2 de agosto fue una revuelta ciudadana ocurrida en Quito, en la que un grupo de patriotas elaboraron un plan de rescate e irrumpieron en el Real Cuartel de Quito con la intención de liberar a los próceres que habían participado el año anterior en la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito y que habían sido acusados de crímenes de lesa majestad para los cuales el fiscal pedía pena de muerte bajo cargos de traición. Este hecho fue respaldado por los pobladores de los centros urbanos de Quito; así como también desde las periferias, siendo participes pobladores de todos los estratos sociales.
La gente participó activamente en la liberación de los patriotas y se organizaron en lo que ahora es la Plaza de la Independencia, en el atrio de la Catedral principal y debían actuar en la tarde, cuando tocaran las campanas de la iglesia principal de Quito. Aunque en principio aparentemente lograron su cometido, los militares españoles pudieron reponerse y cumplieron la orden del gobernador, de iniciar una represión sangrienta.
Algunos quiteños intentaron defender al pueblo con fusiles y escopetas, pero poco a poco perdieron fuerzas, pues la mayoría estaba desarmada hasta que fueron replegados. Luego, el ataque continuó, las tropas tenían la orden de saquear casas y matar. El pueblo quiteño asaltó dos cuarteles y una cárcel, pero las autoridades realistas respondieron ejecutando a los presos.
Narran los historiadores que las hijas del patriota Manuel Quiroga, habían ido a visitarlo, el día mismo de la insurrección, las soldados relistas sin compasión asesinaron a su padre en su presencia, a pesar de suplicar de rodillas por su vida. Esa escena se conserva ahora en el Museo de Cera Alberto Mena Caamaño, que funciona en el Centro Cultural Metropolitano, donde funcionaba el Cuartel Real de Lima.
En la masacre, perdieron la vida aproximadamente 60 líderes independentistas entre ellos Francisco Javier Ascázubi, Manuel Cajías, Mariano Villalobos, Nicolás Aguilera, Juan Pablo Arenas, Juan Salinas, Juan de Dios Morales, Antonio Peña, Juan Larrea, que eran considerados grandes patriotas e intelectuales de la época, estas fueron las primeras víctimas, pero la matanza no terminó allí, la lucha se extendió por todas las calles de la ciudad.
Los soldados continuaron la masacre, como parte de una venganza por liderar el movimiento independentista. Se estima que unas 300 personas fueron asesinadas en ese trágico día, lo que significó el 1% de la población quiteña, este fue un golpe devastador para la ciudad. Este vil acontecimiento tuvo amplia repercusión en toda la América Hispana, como un acto de barbarie.
Repercusión en la América Hispana
La matanza del 2 de agosto de 1810, tuvo repercusión continental. Así en Caracas el 22 de octubre de 1810, al llegar las noticias, se produjo un motín, al mando de José Félix Ribas, pidiendo la expulsión de los españoles. Se celebraron solemnes honras fúnebres por los patriotas quiteños fallecidos, y reconocidos poetas les dedicaron sentidos versos; los ritos fúnebres fueron oficiados en la iglesia de Altamira, y se costearon por suscripción popular; en un catafalco se puso esta leyenda: "Para apiadar al Altísimo irritado por los crímenes cometidos en Quito contra la inocencia americana ofrecen este holocausto el gobierno y el pueblo de Caracas”
En Bogotá, Francisco José de Caldas protestó por los hechos en su periódico “Diario Político”. Caldas conocía bien el Ecuador pues lo había recorrido en varias expediciones científicas. Para el bogotano Miguel Pombo, Quito fue "el pueblo que primero levantó su cabeza para reclamar su libertad".

Los cuarteles fueron abiertos para recibir voluntarios y pronto se llenaron de jóvenes que querían vengar la matanza de Quito. La Suprema Junta Gubernativa dirigió una exhortación patriótica al pueblo de Bogotá, expresó su solidaridad al Cabildo de Quito. Fueron varios los periódicos de la época que se refirieron a esta tragedia y se escribió: En los muros sangrientos de Quito fue donde España, la primera, despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones… Y años después fue inscrito en un faro en Valparaíso en Chile, el apelativo de ‘Quito, Luz de América’ para referirse a esta gesta libertaria.
Para el Libertador Simón Bolívar, las atrocidades que se dieron en Quito, y que más tarde se replicaron en toda la Nueva Granada y Venezuela cometidas por los comandantes realistas respondería con la declaratoria de "guerra a muerte” al dominio español.
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