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Lula y Bolsonaro: La contienda por el Palacio de Planalto

Brasil se acerca a la celebración de las tan esperadas elecciones presidenciales 2022. En extremos de esta contienda por el Palacio de Planalto, está pujando por un lado, el candidato de la expectativa, Lula Da Silva, una especie de hijo pródigo del proletariado brasileño con historia política relativamente reciente, sostenida sobre la época dorada del progresismo del decenio de los 2000, que cristalizó una serie avances en materia social, económica y política. Por el otro lado, puja el Presidente actual, Jair Bolsonaro, un personaje por demás controversial que deviene en una especie de conservador extremo, repulsivo en su retórica pero protegido por el militarismo de derecha, y por un decisivo conglomerado electoral. Justamente la tensión política, lejos de disiparse en las jornadas de las propias campañas, se ha centrado en las amenazas que sectores militares pro Bolsonaro imponen contra el Tribunal Superior Electoral (TSE) y las propias elecciones, arreciando una especie de golpe electoral, sobre el que se prenden todas las alertas nacionales e internacionales.

Ciudadanía, instituciones, organizaciones, medios nacionales e internacionales se van preparando para vivir una de las contiendas electorales más importantes de América Latina. Se trata nada más y nada menos que de las elecciones presidenciales de Brasil, que tras lo que parece ser la consolidación de una ola progresista latinoamericana, remonta en interés y polémica.

En esta contienda está por un lado, el candidato de la expectativa Lula Da Silva, una especie de hijo pródigo del proletariado brasileño con historia política relativamente reciente, sostenida sobre la época dorada del progresismo del decenio de los 2000, que cristalizó una serie avances en materia social, económica y política, no solo dentro de los límites de la República Federativa sino de la región, llegando a posicionarla como protagonista geoestratégica esencial.

Un ex presidente al que se le adjudica haber logrado superar los índices de pobreza extrema durante dos períodos presidenciales continuos, transformando los indicadores económicos que llegaron a crecer a un ritmo sostenido de 4.1% respecto al 1.7% de períodos previos. Bajo su gobierno la estabilidad macroeconómica reinó, conforme logró bajar los niveles de desempleo de un 10.5% alrededor del año 2002, a un 5.7% durante el año 2010. Se le adjudica al gobierno de Da Silva haber aplacado la deuda externa, y haber establecido a la nación como una gran exportadora de petróleo, aprovechando las garantías de estas políticas para inversión en materia de salud, educación, vivienda, cultura y alimentación.

Por el otro lado de la contienda está el Presidente actual, Jair Bolsonaro, un personaje por demás controversial que deviene en una especie de conservador extremo, repulsivo en su retórica pero protegido por el militarismo de derecha, y por un decisivo conglomerado electoral.

Desde su ascenso al poder durante el año 2019, ha incurrido en polémica tras polémica, y error tras error político. En materia de manejos económicos, administración de la situación de la pandemia, protección a la amazonía, en materia educativa y social, la suma de los errores lo acorrala contra la pared de la impopularidad.

Sin embargo, conforme se acerca la fecha de la contienda electoral planteada para el 02 de octubre próximo, el tema público más delicado se centra en la relevancia y poder que Bolsonaro ha delegado en las Fuerzas Armadas, y las amenazas que éstas lanzan sistemáticamente sobre el proceso electoral. Amenazas que no son nuevas en la política bolsonarista, y que tampoco se han centrado únicamente en este plano.

Es harto conocida la estrecha relación del exmilitar – ex capitán del ejército- con un sector del Alto mando militar derechista a quienes ha dado la potestad de gobernar. Sin ir muy lejos se estima que un gran número de militares del régimen de Bolsonaro controlan las áreas estratégicas: “desde bancos públicos como Caixa Econômica Federal (CEF), hidroeléctricas como Itaipu, hasta la presidencia del Consejo de Administración del Petrobras.”

Militares drechistas han dirigido importantes instancias y ministerios durante el período de gobierno bolsonarista, desde la Controlaría General de la Unión, el Gabinete de Seguridad Institucional, el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovaciones y Comunicaciones, el Ministerio de Minas y Energía, el Ministerio de infraestructura, entre otros no menos determinantes.

El intelectual uruguayo Raúl Zibechi, afirmó en uno de sus más recientes artículos que Bolsonaro incluyó a 6.157 uniformados en cargos civiles, lo que representa un aumento del 108% respecto a períodos anteriores de gobierno, así como afirma que las milicias armadas controlan las favelas y urbanismos de la nación.

Amenazas sobre las elecciones

Estos datos ayudan a contextualizar el fenómeno que viene creciendo respecto a las amenazas sobre las elecciones presidenciales en Brasil y cómo no, las amenazas sobre el futuro de la nación, siendo precisamente estos métodos políticos conformados por una sólida alianza militar, financiera y religiosa los que proyectan una temible respuesta fascista en el horizonte brasileño.

Hace apenas tres meses además, Bolsonaro oficializó el nombramiento de Paulo Sérgio Nogueira como Ministro de Defensa, en sustitución de Walter Braga Netto, quien -ya es un hecho- será el candidato a la vicepresidencia de la República. Paulo Sérgio Nogueira, considerado uno de los tres generales más antiguos del Ejército, tiene formación suficiente en el campo militar y conexiones internacionales que lo acreditan como una amenaza a la democracia brasileña. Sin ir muy lejos, a finales de julio figuró como el principal anfitrión de la XV Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas, en la que se reunieron 34 delegaciones de países miembros de la OEA, incluyendo al Secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd J. Austin, encuentro en el que se desarrollaron diferentes reuniones bilaterales y confidenciales.

Es importante destacar la formación del Ministro de Defensa Sérgio Nogueira, en las Fuerzas Especiales de Fort Bragg Carolina del Norte, EE.UU, los cursos de Manejo de crisis, Contraterrorismo y Coordinación Interagencial dentro del Centro Hemisférico de Estudios de Defensa de CHDS, Washington, entre otras alianzas que han nutrido su carrera militar de corte conservador.

Walter Braga Netto entre tanto, la llave de la fórmula presidencial oficialista, es considerado como una ficha clave en los movimientos antidemocráticos y golpistas “a los que Bolsonaro intenta atraer a las Fuerzas Armadas”. Un hombre de alta confianza para el presidente actual, militante de su mismo partido, que no duda en lisonjear públicamente. Braga Netto entró en el Gobierno en 2020 como ministro de la Casa Civil, y un año después asumió el Ministerio de Defensa. Durante su ascenso en 2021 y a pesar de ser catalogado como un hombre de pocas palabras, abrió profundas polémicas aseverando que el golpe de estado militar promovido en 1964 debía ser celebrado “como un movimiento que permitió pacificar al país”, a pesar de que durante ese mismo golpe que perduró hasta 1985, la dictadura militar fue responsable de más de cuatro cientos treinta cuatro asesinatos, desapariciones, detenciones arbitrarias y torturas.

La tensión política en el contexto de la contienda por el Palacio de Planalto, lejos de disiparse en las jornadas de las propias campañas, se centra precisamente entre el poder ejecutivo y el judicial, luego de que nombrado el nuevo ministro de Defensa, y una vez confirmada la candidatura del vicepresidente, las amenazas contra el Tribunal Superior Electoral (TSE) y las elecciones, arrecien en una especie de golpe electoral. La tensión recrudeció tras las diferentes alocuciones de Bolsonaro contra la transparencia del TSE, a quienes adjudica poca transparencia e incluso acusa de haberle restado votos durante las elecciones en las que resultó ganador en 2019. Los sectores de las Fuerzas Armadas aliadas a Bolsonaro emprendieron así el camino unívoco de la sospecha contra el sistema que sostendrá las próximas elecciones, exigiendo información, garantías y una distorsionada participación en la regulación del proceso. Cosa que en apariencia había sido superada tras casi tres décadas en que las fuerzas militares quedaron fuera del panorama de activación política electoral de la nación.

Lula Da Silva, en el otro extremo

Entre tanto, Lula Da Silva parece destacarse en el otro extremo: el extremo poco confrontativo, pacifista y ciertamente demócrata, alejándose de sus posturas iniciales más radicales, buscando una especie de equilibrio que logre captar a los verdaderos elementos definitorios de la contienda: los electorales medios, el centro de la política. Juega Lula Da Silva no solo a reconectar con el electorado desencantado de su cuestionado pasado, o del decepcionante presente, sino conectar con los pesados sectores empresariales y financieros del país y el continente, apostando avivar la confianza en su legado en materia macroeconómica y económica en la que posicionó sin duda al gigante suramericano.

En este sentido, Lula también apuesta por artillería pesada, sumando como su candidato de fórmula a Geraldo Alckmin, un médico de profesión que alcanzó la gobernación del Estado de São Paulo durante 2001-2006, y aspiró más adelante a la presidencia de Brasil por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). A Alckmin se le atribuye una tendencia progresista y de centroizquierda. Sin embargo, sus detractores le señalan directamente como derechista, situación que ha generado fuertes críticas y rechazo en el seno del Partido de los Trabajadores.

Pero el comando de campaña  y Lula mismo apuestan a superar los índices que ya lo ponen favorito en las encuestas sobre Bolsonaro, y para esto parece necesario un compañero de fórmula que pueda sumar los sectores más amplios pero más desconectados, “descafeinando” la impronta de izquierda con la que gobernó otrora, y por la misma que fue juzgado tras las ya anuladas denuncias de corrupción, por las que sin embargó paso 580 en la cárcel. La profesora Esther Solano Gallego, de la Universidad Federal de São Paulo refiere al respecto:

Alckmin es, en definitiva, quien puede ir allí donde Lula no consigue llegar y quien puede hablar con aquellos que no quieren escuchar demasiado al ex-presidente. Lula abre unas puertas, Alckmin abre otras. La opinión pública parece estar respaldando esta estrategia. Algunos sondeos afirman que la percepción ciudadana, y particularmente la de los electores de centro, es la de dos hombres con diferencias ideológicas profundas que se unen «por el bien de Brasil». En tal sentido, no son pocos los que ven en esta alianza un gesto de magnanimidad y generosidad. En un contexto de crisis económica, política y social, la unidad de oponentes históricos por un bien mayor constituye un gesto que buena parte de la sociedad aprecia. (Nueva Sociedad, 2022)

La gran tarea por venir

En medio de todo y a pesar de las pujas por levantar cabeza, es imprescindible comprender a Brasil como un país poscolonial, sobreviviente de dictaduras militares, marcado por súbitos procesos democráticos que han dejado mucho en remojo, por hacer, y que han mantenido de este modo profundos rasgos de violencia, exclusión y desigualdad.

La actual amenaza antidemocrática y militarista profundizada desde la llegada de Bolsonaro a la presidencia, debe ser materia prioritaria de los movimientos sociales, organizaciones, instituciones, sociedad civil en pleno, incluso materia prioritaria de partidos y campañas. El bolsonarismo aunque no goce de una definitiva credulidad popular, y se haya encargado por sí mismo de enterrarse durante estos años de desatinos, bajo una inminente derrota electoral, igual podría seguir siendo una amenaza para la nación entera si logra sostener el apoyo de las fuerzas militares reaccionarias, o más bien, si las fuerzas militares reaccionarias logran sostener el ideario antidemocrático detrás de Bolsonaro: el efecto neopentecostal y fascista del poder ultra conversador.

Lula Da Silva de este modo, tiene una gran tarea en este corto tiempo por venir, que no solo se trataría de la reconexión afectiva con los electores y la ciudadanía, si no de lograr promover y sostener un programa renovado que garantice la recuperación democrática e institucional de Brasil como referencia en Sudamérica y el mundo, fundamentalmente en esta época de guerras y conflictos geopolíticos mundiales, en las que América Latina debe apostar definitivamente a una nueva integración del bloque como estrategia de sobrevivencia regional.

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