LATAMPolítica

Vigencia de la crítica arguediana

Alexandra Mulino

Segundo Paso para Nuestra América.- El golpe de Estado ocurrido en Bolivia, en el año de 2019, efectuado por los sectores ultraconservadores, básicamente, de Santa Cruz de la Sierra, buena parte de ellos mestizos, puso sobre el tapete el todavía problema de la inferioridad del indio otrora denunciado por Alcides Arguedas en las célebres novelas Wuata Wuara y Raza de bronce. Si bien, el famoso autor no superó la concepción biologicista de raza, al apostar por un hombre nuevo moderno, mostró las profundas contradicciones sociales y culturales en torno al problema de la “lucha de razas” como “enfermedad social”. Las recientes masacres de Sacaba, Cochabamba, y Senkata, El Alto, dejaron en claro que la crítica arguediana aún tiene una gran vigencia; además de invitarnos a reflexionar sobre la necesaria revolución pedagógicocurricular descolonizadora como asunto pendiente en Nuestra América.

Los sucesos ocurridos en Bolivia el 10 de noviembre de 2019, nos ratifica la necesidad de contrarrestar los saberes coloniales y neocoloniales (burguesa, blanca y racista) que aún legitiman la racionalidad de las instituciones edu­cativas de nuestra América. En consecuencia, todo proceso revolucionario antiimperialista que aspira su consolidación en el poder (social, político, cultural y económico), necesariamente, debe subvertir las estructuras y las superestructuras despóticas.

Esa pretensión políticosocial y cultural encauzada por los movimientos sociales críticos, entre otros actores, trata de un camino todavía difícil. Verbigracia, en el caso del violento golpe de Estado perpetrado por los sectores ultraconservadores bolivianos, confirma la necesidad de deslastrarnos de la cosmovisión del mundo anglocéntrica que todavía determina la gramática del poder entre ganadores y perdedores, caucásicos y razas inferiores. Así que embestir esa racionalidad pasa por destruir su fundamento epistémico con la pretensión última de crear y recrear una ontología social compleja de y para la liberación.

De acuerdo con lo expuesto, es necesario visibilizar algunos puntos neurálgicos que permanentemente intenta banalizar la ideología imperialista:

  1. El sistema-mundo capitalista continúa acumulando capital por la vía de la explotación del hombre por el hombre.
  2. Las luchas de liberación nacional por la autoderminación de los pueblos, agudiza y exacerba las agresiones políticas, culturales, ideológicas, militares, jurídicas, comerciales y financieras, metropolitanas.
  3. La dominación de nuestros pueblos, tiene múltiples manifestaciones: raciales, económicas, culturales, et, como oculta­miento de los intereses últimos de la burguesía.
  4. Por lo tanto, la batalla pasa por detonar la “mirada” burguesa al con­formar una cultura “subversiva” que explique y estructure lo real concreto a partir de una nueva episteme que atente contra el empirismo, el psicologismo, el relativismo y el idealismo, fundamentos últimos al servicio de la explotación y la alienación del hombre.
  5. Para ello, los Estados nacionales latinoamericanos progresistas tienen que acometer la tarea de desplazar las concepciones modernas y postmodernas del mundo. En suma, la escuela como aparato ideológico del Estado, adeuda recrear seres sociales con una gran conciencia histórica.

Ahora bien, respecto de lo esbozado, es de sumo importante preguntarse: ¿Alcides Arguedas pretendió superar la visión moderna alentada por la burguesía boliviana de principios del siglo XX? ¿En verdad sus ideas intentaron atacar los preceptos culturales de esa clase? ¿Qué aspiró con sus principales novelas Wuata Wuara (1904) y Raza de Bronce (1919)?

Lo primero que debe quedar en claro es que Arguedas perteneció a una familia de prosapia, blanca, descendientes de españoles. Sus padres fueron Fructuoso Arguedas y Sabina Díaz. Como abogado graduado en la Universidad de San Andrés, ubicada en la Paz, en el año de 1903, aspiró la refundación de un Estado factoría en un Estado nacional de derecho y de justicia.

La estructura económica de desarrollo hacia afuera inherente a la mayoría de las sociedades latinoamericanas de ese momento histórico, demandaban Estados incipientes al servicio de los intereses imperialistas estadounidenses y europeos. Por consiguiente, la estructura social devino rígida e impedía la movilidad y la conformación de las clases sociales, dando paso a una sociedad de castas.

En el caso que nos atañe, el indígena boliviano, sujeto histórico que movía la honda preocupación sociopolítica arguediana, no fue más que un paria al servicio de los latifundistas. Por supuesto, esa relación social generó un substrato cultural que sin duda alguna aún atraviesa la estructura social y cultural de esa sociedad en términos de normas y valores.

En Wuata Wuara, el mentado intelectual centró su denuncia en la relación perversa del blanco hacia el indio; mientras que en Raza de Bronce, reveló que los elementos estructurales de la acción (normas, valores, roles y estatus) que constituyeron el imaginario del blanco, ahora promueven las apetencias de poder del mestizo blanqueado ideológicamente.

Por consiguiente, la cultura generada durante los procesos de repartimientos (conquista) y encomiendas (colonización), dando pasó a la consolidación del latifundio como unidad socioeconómica y cultural, configuraron una supraconciencia clasificatoria de las razas en superior (blanca/criolla) e inferior (indígena). Asunto que por extensión determinó la acción social del “cholo”.

Ese sector social mestizo luchó por alcanzar los privilegios de los descendientes directos de los conquistadores iberos. Insistió en su reconocimiento social al interior de la élite criolla en el poder. Para ello, ratificó la inferioridad del indio; es decir, su condición de raza degenerada.

Al respecto, el escritor boliviano José Edmundo Paz Soldán señaló que “en Wuata Wuara [aunque] existen mestizos…la estructura narrativa se sostiene en torno a la oposición binaria blanco/indio. En Raza…, existe una oposición binaria, pero ésta es matizada y mucho más compleja…los males del país se deben al mestizaje…”[1] Tesis que reforzó Arguedas en 1909 en su ensayo Pueblo enfermo, escrito celebrado por Miguel de Unamuno, José Enrique Rodó, entre otros grandes de la literatura universal.

Es decir, la consolidación de un tipo humano blanco sobre la base de valores modernos, tendría la capacidad intelectual y moral de impulsar un proyecto nacional que terminaría absorbiendo a las razas inferiores encarnadas en el indio y el “cholo”; si bien, este último intentó pasar y mimetizarse como raza superior.

El mestizo del valle y del Oriente, relegó en el altiplano a los que consideraron una raza degenerada: los Aymaras. Aunque el blanco criollo boliviano rechazó con contundencia el ascenso social del mestizo, ambos grupos sociales resistieron la presencia del indígena como actor social, por ejemplo, por su violencia “endógena”. Si bien, Arguedas justificó muchas de las acciones impulsivas de estos sujetos sociales como consecuencia directa de su invisibilización. En última instancia, uno de sus objetivos fue el de contener “la lucha de razas” por la vía de la creación de un tipo social moderno cuyo fundamento último era biologicista ya que trató del hombre blanco burgués.

Ahora bien, en el marco expositivo de esta tesis arguediana, a pesar de transcurridos más de cien años, es posible comprender las masacres de Sacaba, Cochabamba, y Senkata, El Alto, ocurridas durante el golpe de Estado perpetrado por Jeanine Añez en el año 2019. Efectivos militares y policiales, efectuaron disparos de escopeta contra civiles desarmados, mayoritariamente indígenas. La presidenta autoproclamada, racista y fundamentalista, representó el rol del mestizo que éste atacó sin contemplaciones por su impostura: “…Jeanine Añez, por su apellido aparenta ser descendiente del Escudo Añez de Sevilla, España. Y por su primer nombre, de alguna comunidad francófona o anglófona. Pero, sus facciones físicas (frente y pómulos pronunciados, nariz semiaguileña, labios diminutos y gruesos cabellos) la delatan como una aborigen andina boliviana, muy a pesar de su cabello teñido”.[2]

Justamente, el intelectual paceño denunció esa “enfermedad social”, esa falta de “identidad nacional” que se expresó en una “guerra de razas”. El ataque inhumano al indígena, todavía considerado un menor de edad, inclusive por aquellos sectores sociales aindiados, denominados “cholos”, pero con ansias de ascenso social, desconocen la herencia ancestral de las abuelas y los abuelos originarios por la urgencia de reconocerse blancos criollos.

En relación a estos razonamientos, ¿es válida todavía la angustia social arguediana? Diría que más vigente que nunca, a pesar del fundamento último biologicista que sostiene sus señalamientos sociológicos. Necesario es, pues, una revolución pedagógicocurricular que haga saltar por los aires las culturas del latifundio y minera en función de superar la “esquizofrenia social” aún presente en esa colectividad que no deja de estar en construcción, muy a pesar de sus antítesis.

Alexandra Mulino

amulinove@yahoo.es

Bibliografía

Arguedas, Alcides. Raza de Bronce. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2006.

 

 

 


[1] Alcides Arguedas. Raza de bronce. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2006, XLVII.

[2] Itzamná Ollantay. “Jeanine Añez: ¿Por qué odia a los indígenas?” https://www.telesurtv.net

 

La profesora Alexandra Mulino es socióloga, editora, escritora e investigadora. A través de su ELUCIDARIO AMERICANO nos invita a releer la riqueza ontológico social nuestroamericana, a contracorriente del canon occidental, con la pretensión última de legitimar otra mirada de carácter descolonizadora de los procesos históricos sociales y culturales que han consolidado hitos en torno de la nacionalidad y americanidad.

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