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La psiquiatría y la psicología en el contexto de la injusticia social

Entrevista al médico psiquiatra y antropólogo social paraguayo Agustín Barúa Caffarena. Por Jessica Pernía

La sociedad humana se ha enfrentado históricamente a un sin número de situaciones de salud mental que relegan al trauma, al shock o a la conmoción psicológica. La imposición de modelos político-económicos, patrones de conducta, lógicas culturales y sociales son quizás las más complejas. Las crisis, la explotación, las desigualdades, las amenazas inusuales, las enfermedades como la reciente pandemia, son en el mundo y en América Latina, situaciones que han dejado huellas en el campo de la salud mental individual y colectiva. Para conversar, desde una perspectiva crítica, acerca del papel de la psiquiatría y la psicología respecto a la salud mental, invitamos al médico, psiquiatra y antropólogo social paraguayo, Agustín Barúa Caffarena.

Jessica Pernía por Segundo Paso para Nuestra América: La humanidad ha sobrevivido a diferentes tipologías de trauma: La imposición de la propiedad privada sobre los medios, las relaciones de poder, la división social del trabajo, la esclavitud, el patriarcado, las guerras, el imperialismo, el capitalismo, el capitalismo global, las crisis del capitalismo, las pandemias, etc…Los últimos años han sido una prueba remasterizada de muchos rasgos de éstos -y hasta en conjunto-; se podría decir entonces que somos una sociedad, aunque aparentemente moderna y evolucionada, profundamente traumada. ¿Cómo es la psicología de una sociedad así? ¿Cómo funciona? ¿Cuáles son los rasgos de sobrevivencia y coexistencia en una sociedad traumada?

Agustín Barúa Caffarena: Creo que la idea de lo traumático es una de las transversalidades de lo humano, no hay nada por fuera lo traumático, esa es una generalización que quiero hacer.

La otra es que creo que en el caso de la sociedad paraguaya, más acotadamente, nosotros tenemos, justamente, algo que en lo traumático, marca fuertemente un componente definitorio que es operar sin conciencia de lo traumático. Lo traumático suele operar por su ausencia, por su falta de nombre, por su falta de voz. Lo que podemos percibir generalmente son sus efectos pero su causalidad, su posibilidad de ser concientizado, es mucho más difícil de dar cuenta ¿y qué pasa con eso? generalmente operar desde ahí en lo humano, produce equívocos, genera conflictividad, sintomatiza.

Interesante cuando la pregunta está construida a nivel colectivo además. Uno de los grandes problemas de la psiquiatría hegemónica es que tiene un gran escotoma, un gran punto ciego para dar cuenta de lo colectivo porque tiene un hincapié fuertemente individualista. Y creo que una de las cuestiones sobre esto que nos afecta mucho, es la cuestión entre el pragmatismo y las cosas que resolver, como si no se necesitara valorar el proceso o la pausa; el apuro, que también nos presiona; el racionalismo, que no quiere dar espacio a lo que nos afecta, a nuestras afectaciones. Entonces cree la psicología hegemónica que con análisis y explicaciones se agota esto, desechando, despreciando, desestimando lo que se suele nombrar como lo emocional. Esa es la gravedad de estas cuestiones, y esto, poniéndolo en un espectro político ideológico, suele estar bastante aislado en todo el espectro, difícilmente hay corrientes político ideológicas que dan cuenta del campo de lo emocional para poder avanzar a la elaboración del campo de lo traumático.

JP: En una entrevista con Augusto dos Santos para La Nación Media, señalabas que la normalidad no es una cuestión sanitaria, sino una cuestión moral.  Evidentemente, en una sociedad basada en relaciones de poder de opresores contra oprimidos, los cánones de normalidad los establecen los opresores. En este sentido ¿Quiénes quedan excluidos de la normalidad? ¿A qué se someten social y políticamente los excluidos, los “anormales”? Podría decirse ¿los traumados? (En material social y pública, claro).

ABC: Soy muy cauto de pensar solamente en binario, entonces solamente en pares. Creo que el “opresores y oprimidos” no dan cuenta de la complejidad del poder, lo cual no quiere decir que todo de igual y todo de lo mismo, pero creo que para poder desarmar ese nudo es importante verlo en complejidad.

Esto no es tampoco ninguna idea nueva de que la normalidad psíquica, entendida como el modelo hegemónico médico lo plantea, es un disciplinador social más que algo sanitarizado, entonces todo lo que de alguna manera no se somete a un patrón de normalidad cultural hegemónico va a ser castigado, en cualquier campo de la conducta, en cualquier campo de las identidades, en cualquier campo de las formas.

En un país como Paraguay donde los patrones de normalidad están casi nulamente problematizados esto genera un enorme caudal de conflictividad; es imposible pensar críticamente una sociedad sin desarmar esta taxonomía moral. Siempre recuerdo que cuando estuve unos años en Montevideo viví la cristalización de un trío de leyes progresistas sobre el tema de la interrupción voluntaria del embarazo, el uso regulado de drogas y sobre las identidades de género, y me acuerdo que me preguntaba entonces por qué no se había avanzado más bien en la Ley de salud mental (que se logró unos cuantos años después) pero reflexionaba en ese momento: Claro, pasa porque la normalidad tiene unos anclajes tan naturalizados, tan arcaicos, que no se pueden desarmar así nomás; y creo que son los niveles resistenciales que se tienen con este tema de lo normal como censura.

JP: En una sistematización que escribiste en el marco del Primer encuentro latinoamericano de Derechos Humanos y Salud Mental del 2017, hiciste referencia al psiquiatra italiano Franco Basaglia quien resaltaba que la psiquiatría es una forma de resolver ideológicamente la sociedad capitalista; el manicomio es creado para quienes no encajan en los parámetros productivos “permitiéndoles que existan dentro del orden, aun siendo una existencia inexistente”. ¿Cómo se revierte esta situación de condena? ¿Cómo transformar el rol de la psiquiatría o la psicología en favor de los condenados del mundo?

ABC: Es terrorífico que en los cuadernos de enfermería, cuando se pasa revista, se ponga habitualmente en la evolución de la sala de los manicomios: “sin novedad”. La novedad pareciera ser lo más peligroso para la cárcel manicomial. Decía Marcelo Persia “el ideal del manicomio es que no pase nada”.

Es patético pensar que uno puede ordenar lo humano poniendo una muralla y suponiendo que esa muralla marque una frontera cordura-locura, cuando nunca deja de ser un entremezclado. Lo que claramente carece es de frontera. Nosotros proponemos una mirada dialéctica de la relación cordura-locura, donde decimos que lo cuerdo es lo que te cuida, lo que te protege, lo que hace que cruces una avenida mirando de izquierda a derecha antes de cruzar, aunque si se es demasiado cuerdo quedamos capturados por el terror y la desconfianza. Pasa lo que Joyce McDougall nombraba como lo “normópata”1. Lo loco en cambio, tiene que ver con tres verbos sublimemente humanos: cambiar, crear y arriesgar. No nos podemos imaginar una humanidad sin esos verbos, pero si solo es la locura, entonces es la muerte, porque no hay cuidados de nada, solo riesgos. Necesitamos en este sentido, combinaciones dinámicas y sensibles de cordura y locura.
Me voy a referir a mi gremio en el sentido de lo complicado que es que nos rebelemos al rol asignado de policías de la conducta y de la normalidad. Está tanta cosa montada: el estatus, el dinero, la inclusión identitaria, el rol asignado socialmente a la psiquiatría para que no podamos corrernos de ese límite. Es un mecanismo muy perverso, porque al ser guardianes de una frontera inexistente nos vemos obligados a forzar una cantidad de cuestiones y eso también significa un malestar incluso para el propio psiquiatra, porque tiene que “guardiar” una frontera inexistente, convencer y convencerse de eso.

Y va bastante bien para la psiquiatría hegemónica porque cada vez más gente se para en esa construcción. La gente nombra sus afectos con rótulos psiquiátricos, pero cada vez más nuestras sociedades van generando complejidades más difíciles de capturar. La psiquiatría entonces hace su intento de aumentar el número de trastornos identificables, categorizando, aparentemente, más problemas en las sociedades, pero haciendo, muchas veces, que posturas que son maniqueas, que son procapitalistas (en función del lucro), reproduzcan  la práctica de una moral incuestionada. Cada vez sirven menos. Entonces de repente en la psiquiatría hegemónica hay un gran cuestionamiento a toda una serie de tradiciones terapéuticas heterogéneas, podría citar, por decir al azar, el reiki, el coaching, pero ¿qué pasa? La psiquiatría es la que queda particularmente a contrapié con la contemporaneidad y no da abasto, nunca dio, pero ahora eso es más visible porque con sus represivos de ladrillos, sus represivos de químicos, sus represivos eléctricos, sus represivos simbólicos, no da abasto.

El fenómeno y tratamiento pedagógico, comunicacional, jurídico, político y social sobre la salud mental es en la actualidad, al menos, más visible; es difícil mantener al margen éste y otros temas que se mantuvieron en la oscuridad por siglos. En América Latina inclusive, tras la propia oleada de transformación  progresista de la década del 2000, y las convulsiones y tensiones político sociales posteriores, incluyendo las revueltas  sociales en diferentes países, golpes de estado, los triunfos de la derecha regional, las crisis económicas, la influencia de las tensiones geopolíticas globales, toda la  experiencia con la pandemia, evidentemente la salud mental debió ponerse en el foco del análisis. ¿Cuál es la situación sobre la salud mental en América latina? ¿Cuáles son las expectativas y perspectivas para lo que llamas una “lucha antimanicomial”?

ABC: Es desafiante responder una mirada regional sobre salud mental y América Latina, no me siento quizás con el trayecto suficiente para dar cuenta de las complejidades nacionales pero me animo a decir un poco lo que pasa en Paraguay  con la sospecha que algo de esto pudiera pasar también en otras partes de la región.

Uno de los problemas que tenemos en salud mental es la desconexión de la naturaleza con la salud mental.  Nosotros hicimos una investigación con una Asociación campesina que produce hierba mate agroecológicamente, en Itapúa al sur de Paraguay. La asociación se llama Oñoirú y quiere decir “compañero” en guaraní. El título de la investigación es una respuesta que dio una integrante de la organización cuando estábamos hablando de cuidados. Ella dijo que para ella cuidar era “no veneno”, hablaba de los agrotóxicos del cultivo agro extensivo, sobre todo de soja, muy extendido en Paraguay. Uno que venía de unas tradiciones mucho más psicologistas en las que cuidar es escuchar y acompañar se vio confrontado a lo que ella decía,  en que el hincapié está en la relación naturaleza – salud mental; y es esa sin duda una de las primeras cosas en las que la psicología en América Latina tiene una deuda pendiente.

La otra gran deuda pendiente es el trato de la diferencia. Creo que cada vez más, y eso también lo siento en diferentes lugares del espectro ideológico, la diferencia tiende a ser despreciada y por ende es propensa a ser castigada. Ruth Benedict decía, y esto ya lo digo más como antropólogo pues esto nutre mucho mi mirada sobre la salud mental: la antropología; decía Benedict que la misión de la antropología es cuidar las diferencias humanas. Creo que la salud mental también tiene esa misión, sólo que lo diferente no es solamente un bando. Y aprovecho a pasar al tercer punto de la salud mental en América Latina que me preocupa mucho, la lógica de bandos, en la que pareciera que el pensamiento toma bandos, y eso genera lo que nosotros llamamos “impensabilidades”. Le llamamos impensable a todo lo que aparentemente sólo se puede pensar de una manera, lo que no se puede discutir, lo que no se puede relativizar.

El cuarto problema que yo diría, así citando, es la tristeza de los varones que no podemos hacernos cargo. Creo que la desconexión emocional masculina tan extendida, hace síntomas por todas partes (hacemos), entonces me parece que es una urgencia enorme. No hay quizá ámbito donde eso no emerja de manera conflictiva. Imagínense que si me preguntan quiénes abordan terapéuticamente, en el Estado paraguayo, la cuestión del sufrimiento masculino en general, tendría que responder: la policía. La policía es la que media en la conflictividad masculina, por lo menos la de cierto tipo, que es la que más detona cuando un varón emerge de su ensimismamiento emocional, de su bloqueo emocional, de su silenciamiento emocional. Estas, estas son las que pueden resumir la situación y las deudas y perspectivas sobre la salud mental en nuestra región en esta lucha antimanicomial.

  1. McDougall, Joyce: La normopatía como tendencia a conformarse excesivamente a las normas sociales del comportamiento sin atreverse a expresar la subjetividad propia.

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