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Los vientos calientes de una Guerra Fría: Venezuela, América Latina y la tormenta que se avecina

AUTOR: OMAR HASSAN FARIÑAS

Segundo Paso para Nuestra América.- Estamos ante una nueva Guerra Fría. El avance agresivo de la OTAN en su proyecto de expansión, no es sino parte de una arquitectura institucional para legitimar el dominio estadounidense sobre Europa Occidental, y precisamente en las zonas de interés estratégico para Rusia. Pero qué tienen que ver estas tensiones que surgen del avance agresivo de toda esa infraestructura militar con el asedio que Estados Unidos tiene sobre Venezuela, y cómo y por qué este país caribeño pasa a formar parte de tan compleja geopolítica.

Después de conocer la victoria del candidato opositor en el estado venezolano de Barinas, me preguntaron desde el exterior ¿Qué es específicamente lo que desea Estados Unidos con Venezuela? Me comentó que no ha escuchado anteriormente un disparate tan “demente” como lo que surge del Departamento de Estado y el Congreso estadounidense sobre el país suramericano. Por un lado, informa que no reconocen al gobierno que efectivamente ejerce el control sobre el Estado venezolano, y en vez reconocen a un “gobierno” que nació ilegalmente de una Asamblea Nacional en desacato, y que, aunque nació ilegalmente, aún ignorando eso, su periodo constitucional finalizó hace un año, pero aún sigue funcionando, a raíz de un “poder” auto-proclamado y auto-otorgado que le permitió extender su existencia, revelando así no solamente la violación del concepto de renovación de los poderes en la Constitución, sino igualmente la creación de funciones que no existen en el texto constitucional del país, como la capacidad de declarar a otros poderes del Estado como ilegítimos, y a la vez extenderse en el tiempo, quizás indefinidamente.

Para hacer las cosas aún peor, reformaron el mal llamado “estatuto” que ellos mismos habían inventado para justificar la eternidad de la extinta Asamblea Nacional, y, aparentemente, Venezuela ahora posee un “gobierno parlamentario” y no “presidencial”, de acuerdo con este maravilloso “estatuto”. Lo que todos los países cambian solamente a través de una nueva constitución – el propio sistema de gobierno – esta gente transformó solamente con una reforma de un “estatuto”. ¿Esto es lo que Estados Unidos considera que es un gobierno legítimo y “democrático”?

Preparando una respuesta para estos interrogantes – al mismo tiempo que mantengo el seguimiento de los sucesos y eventos internacionales – leí unas declaraciones de la cancillería rusa, las cuales me ayudaron substancialmente en mi tarea señalada. En los últimos días, se han acumulado una serie de declaraciones, desde el lado ruso, y hasta el irrelevante lado de la oposición venezolana, sobre el mismo tema. Básicamente, se habla de una presencia militar rusa en el Caribe: El viceministro de Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, comentó durante una entrevista sobre la posibilidad de desplegar infraestructura militar rusa en países como Cuba o Venezuela. “No quiero confirmar nada ni descartar nada. Depende de las acciones de los colegas estadounidenses”, señaló Riabkov. Estados Unidos, a través del portavoz de la Casa Blanca, respondió a estas declaraciones rusas con la habitual “tomaremos acciones decisivas”. La figura del ex diputado de la ahora extinta Asamblea Nacional en desacato (2015 – 2020), realizó un pronunciamiento al respecto, pero, como siempre, nadie le prestó atención.

Estas declaraciones rusas son de gran utilidad para comprender claramente porqué Washington seguirá pasando de una postura irracional a una absurda, en relación con el Gobierno Bolivariano en Caracas, y porqué nunca se buscará una condición de “coexistencia pacifica” entre Caracas y Washington, hasta que se logre el anhelado “regime change”.

Nunca lograremos realmente comprender la lógica de los eventos regionales en cualquier parte del sistema internacional – y no solamente en América Latina – sin contextualizar estos en el marco de los grandes conflictos geopolíticos del momento histórico que deseamos evaluar. Nunca me cansaré de indicar esto, como tampoco me he cansado de argumentar – desde los años 2009 y 2010 – que Estados Unidos, Rusia y la China se encuentran en un enfrentamiento geopolítico que pudiera identificarse como una “Guerra Fría”, y que este enfrentamiento es uno de los elementos claves para comprender y analizar el entorno internacional, en casi todas sus dimensiones y regiones.

Primeramente, debemos identificar cuál es el eje principal por el cual revuelve la actual Guerra Fría, por lo menos desde la perspectiva de la rivalidad Rusia/Estados Unidos. Después de la presidencia de George Walker Bush, el gobierno del presidente Barack Obama asumió cabalmente su tarea de intensificar el enfrentamiento geopolítico con Rusia, solo que quedó sorprendido cuando Rusia logró interrumpir en el conflicto sirio que creó Estados Unidos, y desequilibrar su proyección en el Medio Oriente. Hasta el ultimo momento de su administración, se logró mucho en adelantar la pieza fundamental de esta nueva Guerra Fría: el devorador avance de la OTAN sobre los territorios que anteriormente formaban el Pacto de Varsovia, con la finalidad de circundar (y eventualmente estrangular) a Rusia. Este proyecto de expansión de la OTAN no fue necesario durante los alegres días (no para los rusos) de Boris Yeltsin, ya que este apreciado agente del Departamento de Estado había logrado mucho para ellos, durante su duración como representante de los intereses geopolíticos estadounidenses en el Kremlin. Pero con el auge de Vladimir Putin, todo esto cambió.

Las guerras de los Balcanes y la destrucción de Yugoslavia fueron, en realidad, la manifestación guerrerista del colapso de la Unión Soviética. Fue la señal más contundente de la OTAN para todo el mundo: soy Vishnu, la muerte, el destructor de mundos (bueno, en este caso, de países).[1] La misma señal fue enviada al mundo pos – Guerra Fría (la primera), cuando empezaron a caer las bombas sobre Bagdad, en 1991. Para entonces, Estados Unidos logró proyectarse como una moderna y real encarnación de Vishnu, con sus múltiples brazos llenos de armas, todas de destrucción masiva, “regalo” gringo para todos los pueblos que no obedezcan.

La OTAN fue creciendo alegremente durante la última década del Siglo XX, a pesar de que ya no existía un Pacto de Varsovia y la Rusia que quedó era la del agente Yeltsin. Pero su continuidad obedecía a la lógica de absorber y dominar con el propósito final de arribar a las fronteras rusas, porque tarde o temprano, la magnífica y pacífica Rusia de Boris, sería “trágicamente” sustituida por una Rusia que exija y se auto-defienda, y actúa fuera del guion que se les entrega a todos los miembros de la OTAN.

Desde finales de la década de 1990, la OTAN ha visto cinco olas de ampliación hacia el este europeo. Cada ola desencadenó profundas preocupaciones por parte de Moscú, aunque solamente la posibilidad de la adhesión de Ucrania y Georgia, causó fuerte ansiedad en Moscú, y puede considerarse como las primeras versiones de las “líneas rojas” del Kremlin. El discurso de Putin durante la Conferencia de Seguridad de Múnich en el 2007, marcó un cambio lejos de la era de las relaciones ruso-occidentales de la década de 1990. Fue el primer llamado notable de Putin para establecer el marco de las “garantías de seguridad” para Rusia, parte de las famosos “líneas rojas” que hoy se escuchan repetidamente.

Agitado por las famosas “revoluciones de color” en Ucrania y Georgia, así como por la invasión estadounidense de Irak, las quejas de Putin sobre el “dominio unilateral de Estados Unidos en las relaciones internacionales” fueron una indicación de que Rusia empezaría a tomar muy en serio el proyecto de hegemonía unipolar que estaba imponiendo Washington desde 1990. La guerra poco recordada de Osetia del Sur con Georgia en agosto de 2008, oficialmente fue desencadenada por la aventurera ofensiva del entonces presidente Mikheil Saakashvili, pero todos sabemos que fue la OTAN, “tomando” el pulso de Moscú y sus líneas rojas.

La actual expansión de la OTAN – pasando a un rol netamente ofensivo – nos hace recordar de la alianza defensiva del canciller alemán Bismarck con Austria, en 1879. El Kaiser y el canciller austriaco, Alois Aerenthal, cambiaron más tarde el propósito defensivo original de ese tratado en 1914, para patrocinar el imperialismo en los Balcanes. Este fue uno de los factores principales que causaron la Primera Guerra Mundial. Hoy en día, vemos como Estados Unidos sigue el mismo camino de Bismarck.

El proyecto expansionista de la OTAN continuó con otra guerra estadounidense después de la de los Balcanes – una “splendid little war[2] – la recién señalada Guerra de Osetia del Sur del 2008. A nuestro criterio, este conflicto de cinco días marcó un nuevo hito en el proceso de expansión de la OTAN. Pudiéramos decir que la actual Guerra Fría empieza con este breve conflicto (aunque muchos observadores no quisieron verlo).

Pero la verdadera obra maestra de geopolítica de Guerra Fría fue la (segunda) transformación de Ucrania, entre los años 2013 y 2014, desde un difícil aliado de Moscú, a un régimen con claros y manifiestos elementos fascistas, el cual en la actualidad y con mucho gusto se presta generosamente, junto a la totalidad de su país, para ser el campo de batalla entre la OTAN[3] y Rusia. El golpe de Ucrania ejecutado durante la administración del Premio Nobel de la Paz, hubiera sido aun más devastador para Rusia si Estados Unidos hubiera capturado uno de sus objetivos principales: el puerto de Sebastopol.

El puerto estratégico (con la base de la flota rusa del Mar Negro) en la península de Crimea definitivamente hubiera sido un inmenso botín de Guerra para Estados Unidos, y solamente las acciones repentinas pero obligatorias de Vladimir Putin, lograron reducir un poco los nefastos efectos (para Rusia) de la bien ejecutada agresión gringa en la Europa Oriental. Las consecuencias de esta monumental jugada geopolítica contra Rusia la estamos viviendo en la actualidad del 2022.

La Guerra Fría de nuestros tiempos fue reducida – pero para nada suspendida – durante la presidencia del Magnate Donald Trump, para otorgarle más énfasis al componente chino de esta. No obstante, el regreso de la administración Obama/Clinton con el señor Joseph Biden, retomó el proyecto iniciado por Clinton (William) y Bush (hijo), pocas décadas antes. Por eso es que podemos ver ciertos aspectos de este conflicto resurgir en los años 2021 y 2022, y que no fueron tan marcados entre los años 2016 y 2020.

El regreso de los globalistas demócratas a la Casa Blanca, naturalmente, no implica muchos cambios geopolíticos. Aún sigue la Guerra Fría, aún sigue la expansión de la OTAN, aún sigue la división del mundo entre “ellos” y los “otros”: la famosa dicotomía tradicional “civilización/barbaría” que nunca se cansan de aplicar, aún mil quinientos años después de la caída de Roma. Hace 15 o 20 años, esta dicotomía era entre Estados Unidos y los “terroristas musulmanes”, ahora es entre el mismo país – que alegre coincidencia – y los autoritarios antidemocráticos anti-derechos humanos, etc.

Lo que sí es marcadamente diferente entre el último y el actual inquilino de la Casa Blanca, es el ritmo de la postura agresiva contra Rusia. Desde la llegada al poder del Señor Biden, se ha intensificado la presencia estadounidense (y la de sus subalternos en Londres) en el Mar Negro, en Ucrania, y por lo general con posturas cada vez más agresivas y provocadoras contra Moscú, en lo que efectivamente es el espacio estratégico de la potencia euroasiática.

En este sentido, se evidencian ejercicios militares masivos, expulsiones diplomáticas, declaraciones bombásticas (“Putin es un asesino”, por ejemplo), casos de espionaje que salen a la luz pública, acumulaciones de fuerzas militares en las fronteras, prueba de nuevas armas de tecnología de punta, medidas coercitivas unilaterales que se hacen pasar por “sanciones”, constantes patrullajes y presencia naval/aérea de la OTAN en todas las zonas fronterizas rusas, sistemas de misiles de largo alcance en Rumania, Polonia, y próximamente en Ucrania, todos estos son los elementos que caracterizan la Guerra Fría de la actualidad (frase que perfectamente se puede seguir usando correctamente, con solo sustituir “la actualidad” con 1959, por ejemplo).

Veamos un poco las estadísticas sobre las interacciones OTAN/Rusia. Según fuentes rusas, hubo más de 2.600 misiones de recopilación de inteligencia “extranjeras” alrededor de las fronteras de Rusia, solo entre los años 2019 y 2020, es decir, un promedio de más de tres por día. Aún no tenemos las estadísticas del 2021, las cuales deben ser superiores. Los informes de actividad del Ministerio de Defensa ruso muestran 491 salidas de cazas rusos durante ese período. Obviamente, la abrumadora mayoría de estos fueron en respuesta a aviones de inteligencia de Estados Unidos/OTAN.

Los eventos señalados en el párrafo anterior ocurrieron principalmente en los mares Báltico, Negro y de Noruega, como también en la región del Pacífico nor-oriental. El Mar Báltico y su litoral, que representa cerca del 40% de todos los encuentros entre Estados Unidos/OTAN y Rusia, es, sin duda alguna, la zona de más enfrentamientos a punto de escalar en guerra, entre la OTAN y Rusia.[4]

Sin duda alguna, Rusia “dio tanto como recibió” en estas escenas de recrudecimiento y escalas bélicas, en la mejor tradición de “Big-Power Brinkmanship”,[5] otra expresión típica de la primera Guerra Fría. Pero si nos damos cuenta, los ejercicios navales y terrestres, las expulsiones masivas de diplomáticos, la acumulación de fuerzas militares, la colocación de misiles de mediano y largo alcance y los constantes patrullajes, todos estos se evidencian en las fronteras con Rusia, y no en Canadá o México, ni tampoco en el Atlántico Occidental o el Pacífico Oriental. He ahí la clave de lo que debemos analizar.

Es justo por estas realidades que muchos consideran que la OTAN es un “eufemismo” para la presencia militar estadounidense en Europa, una arquitectura institucional para legitimar el dominio estadounidense sobre la Europa Occidental, y en las zonas de interés estratégico ruso. La frase “avance agresivo de la infraestructura militar hasta las fronteras rusas” ha acompañado la gran mayoría de las declaraciones rusas a lo largo de los últimos 20 años, frase que no posee la misma validez, si sustituimos a Rusia con Estados Unidos.

 


[1] Aquí estamos prestando una frase del científico estadounidense Robert Oppenheimer, físico teórico y “padre” de la bomba atómica. Oppenheimer había comentado en una entrevista que al ver la primera prueba de la bomba atómica (1945), pensó: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”, citando la traducción de Prabhavananda e Isherwood de 1944 de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita. [2] Pequeña y esplendida guerra, nombre que se lo otorga a la invasión estadounidense de Cuba y Puerto Rico en 1898, artificialmente creada por Estados Unidos para absorber los territorios españoles en el Pacífico y el Caribe. [3] Sinónimo, como siempre lo ha sido, de Estados Unidos.[4] Fuente: https://warontherocks.com/2021/08/crowded-skies-and-turbulent-seas-assessing-the-full-scope-of-nato-russian-military-incidents/  [5] Práctica en la que una o ambas partes de un enfrentamiento diplomático fuerzan la interacción entre ellas hasta el umbral de la confrontación militar con el fin de obtener una posición de negociación ventajosa sobre la otra. La técnica se caracteriza por elecciones de políticas agresivas que toman riesgos y que, de perder el control, provocan desastres militares.

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