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Pelosi en Taipéi y otros cuentos chinos II

AUTOR: OMAR HASSAAN FARIÑAS. ILUSTRACIÓN: ETTEN CARVALLO

Segundo Paso para Nuestra América.- Omar Hassan cierra aquí sus reflexiones acerca de la provocadora visita de Pelosi a Taipéi. SIn duda, Estados Unidos desea incrementar las tensiones. Sabe que China no puede dejar de actuar, porque ello podría alentar una fragmentación en serie de su territorio. De hecho, dicha visita tuvo como respuesta unas contundentes maniobras militares chinas a gran escala. Entra en escena la OTAN, asesorando y armando la pequeña isla separatista. Se estima que una conflagración entre estas fuerzas tendría un grado de destructividad mucho mayor a la de guerra Rusia-Ucrania.

Entre las Seis Garantías emitidas por Estados Unidos, las cuales presentamos en la primera parte de este artículo, es de particular importancia la número cinco: “Estados Unidos no ha tomado una posición con respecto a la soberanía de Taiwán”. Esta contradice los alegatos del congreso estadounidense, en el que desde 1982, se insiste en que Estados Unidos nunca reconocerá formalmente la soberanía china sobre Taiwán y, por ende, se debe restituir las relaciones diplomáticas oficiales con la isla. En realidad, la garantía en cuestión deja claro que no se ha asumido una postura sobre el tema, ni a favor, pero tampoco en contra. Con el tiempo, el congreso estadounidense ha declarado que estos instrumentos son la base de su relación con la isla, aunque progresivamente señalado cada vez menos los tres comunicados conjuntos, y colocando el énfasis en la ley de 1979 y las Seis Garantías de 1982.

El gobierno del Señor Joseph Biden decidió profundizar lo que efectivamente era una contradicción, elevándola a nivel de una noción diametralmente opuesta a sí misma. Por un lado, la nueva administración se comprometió – poco después de asumir el poder – a “disuadir la agresión china y contrarrestar las amenazas a la seguridad colectiva, la prosperidad y el estilo de vida democrático de Estados Unidos”, pero todo esto, supuestamente estaría “en línea con los compromisos estadounidenses de larga data”, lo que incluye la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979, que supuestamente limitaba el apoyo militar estadounidense a Taiwán a armas de carácter defensivo, y reduciendo estas a lo largo del tiempo (efectivamente, fueron incrementando).

En línea con la política del anterior inquilino de la Casa Blanca, la administración política del Señor Biden incrementó severamente la postura agresiva de Washington hacia Pekín, aunque colocando el énfasis en la creación de crisis estratégicas, militares y diplomáticas, en vez de declararle la guerra a muerte a Huawei, como lo había realizado el magnate Trump.

El actual embajador estadounidense en China, Nicholas Burns, indicó que la política de “ambigüedad estratégica” de Washington permite un gran margen de maniobra para profundizar la asistencia de seguridad estadounidense a Taiwán, en supuesta concordancia con la Ley de Relaciones con Taiwán. “Nuestra responsabilidad”, dijo Burns, “es hacer de Taiwán un hueso duro de roer”. Esto obviamente es un abandono de la política estadounidense que ha sido forjada desde 1979, y sirvió como justificación para que el propio Señor Biden, en dos ocasiones, articulara como política el compromiso estadounidense de salir en defensa de Taiwán si China fuera a atacar. En las dos ocasiones, funcionarios de la Casa Blanca y el departamento de Estados han seguido las declaraciones de su presidente con una caradura de incoherencia ofensiva, al insistir en que no hay cambio del statu quo, y que sigue la política tradicional hacia Taiwán.[1]

Entre mayo y agosto del 2022, se celebraron tres visitas del congreso estadounidense a Taipéi: La primera delegación, en mayo, estuvo encabezada por la legisladora Tammy Duckworth. Antes de arribar a Taipéi, Duckworth impulsó la “Ley de Fortalecimiento de la Seguridad de Taiwán” que, entre otras cosas, buscaba profundizar el trabajo conjunto de inteligencia entre su país y Taiwán y el desarrollo de planes para incrementar la provisión de armas en caso de un ataque chino, como también explorar la posibilidad de desplegar armas estadounidenses previamente entregadas para el uso de potenciales tropas estadounidenses que pudieran ser enviadas a Taiwán, en caso de una guerra con China. Como podemos ver, una verdadera señal de paz y cooperación pacífica.[2]

La segunda delegación fue la encabezada por la señora Pelosi, ya famosa a raíz de lo que esta provocó con el Gigante Asiático, y las acusaciones burlonas de “exageración” contra Pekín, por parte de Washington. La prensa estadounidense y global, naturalmente, ignoró las protestas y declaraciones chinas, y continuó hablando de la necesidad de defender a Taiwán, justo como se debe realizar con una “nación soberana”. La visita del Senador Ed Markey a Taiwán fue la tercera, casi ya como una ocurrencia semanal, cada una de estas en búsqueda de hacer “ruido” en su distrito electoral, en vez de formar parte de una estrategia de largo alcance.

Estamos hablando aquí de obvias acciones que van prácticamente “in crescendo”, con la obvia finalidad de estimular la ruptura del statu quo, y la separación de la isla de la China continental, es decir, revertir en 180° la política estadounidense hacia China establecida desde 1979, mientras alegan al mundo – de la manera más descarada e insincera posible – que se sigue sosteniendo la política de 1979. Es imposible defender la tesis de que Taiwán decida emprender acciones que conlleven a separarse completamente de China y declarar su soberanía, sin que esta reciba previamente garantías concretas de apoyo militar estadounidense, respaldadas estas por acciones que manifiesten claramente que la retórica es preludio de la acción. Las promesas de legislaciones que surgen de los demócratas en el Senado sobre armamentos es literalmente el contrario de las declaraciones conjuntas Estados Unidos – China, o, en otras palabras, es una indicación concreta de que se está abandonando el statu quo.

¿Qué implica esto para China? Pues simplemente, o se encuentra obligada a actuar, o sus inacciones terminarán con la primera de varias fragmentaciones de su territorio, seguida quizás por otras como Manchuria, Tíbet, etc. Alternativa, China puede asumir una postura intermediaria, entre la complacencia total y sumisa a las agresiones de Washington, y el inicio de una guerra con potenciales nucleares. Tras la provocadora visita de Pelosi a Taipéi, la República Popular China desarrolló una serie de maniobras militares a gran escala, las cuales demostraron su capacidad para invadir y ocupar Taiwán en cualquier momento. Encontrará resistencia, sin duda alguna, pero si fuera por la ecuación como existe en la actualidad y sin considerar terceros que intervengan, esta podrá someter la isla, aunque con costos elevados para ambos, muy lamentablemente. Naturalmente, quien está provocando no es Taipéi misma, sino Washington, por lo cual no es difícil imaginar el flujo de armas desde la OTAN y hacía la pequeña isla asiática. Tales acciones, si ocurren, serían destructivas en una escala much más allá de la que está experimentando Ucrania en la actualidad.

Quizás ahora podemos avanzar la siguiente pregunta: ¿A qué nos hace recordar las actuales acciones de Washington con Taipéi? Simplemente, para quienes no desean tapar el sol con su pulgar, son las mismas acciones – con pequeñas variaciones, naturalmente, pero de forma, no de fondo – que conjuntamente conforman la estrategia aplicada contra Rusia, empleando el espacio de Ucrania como el teatro militar, y la economía de los llamados “aliados” (subordinados) estadounidenses en Europa, como la reserva de “carne de cañón” para la arremetida estadounidense. Una diferencia aquí es que la intervención en Europa es para defender la “soberanía ucraniana”, la más sagrada de todas las soberanías, aparentemente, si nos guiamos por la cantidad de esfuerzos, gastos, y sacrificios que han asumido los países del G7, mientras que la intervención en Asía es literalmente para destruir la soberanía china, la que evidentemente es bastante despreciable, si nos guiamos por el silencio de los mismos países del G7. Ojo, la soberanía china es “despreciable” en estos momentos, pero antes fue igualmente “despreciable” la soberanía de Libia, Iraq, Afganistán, Siria, Venezuela, Turquía (golpe de 2016), Bolivia (golpe de Estado de 2019), y bueno, en realidad, la lista es bastante larga.

Seguirán los gringos “tirando la piedra y escondiendo la mano”, aunque en realidad ahora la mano cada vez es más visible, y tanto la piedra como a quien se le lanza, son cada vez más grandes. Vendrá el momento en el cual Pekín se encuentre absolutamente obligada a actuar de manera decisiva, o sufrirá una situación geopolítica catastrófica que destruye su capacidad para defenderse a largo plazo, como hubiera sido el caso con una Rusia “castrada” por una OTAN que la rodea por todos los lados. ¿Quién estaría llevando a estas dos potencias – la euroasiática y la asiática – a esta situación? El mismo actor internacional que eventualmente dirá que nunca ha provocado a alguien, y lo dirán para entonces con la misma cínica “caradura” que demuestra en la actualidad con sus insistencias de que no se ha transformado el statu quo entre Washington y Pekín sobre el tema de Taiwán.

¿Qué debe preocupar sobre este asunto, a nosotros en América Latina (y en África, como también en Asía, o sea en el resto del planeta)? No pretendo analizar profundamente en este extenso documento las dimensiones económicas de la guerra entre la OTAN y la Alianza Pekín-Moscú, ni mucho menos los sectores económicos mundiales afectados por esta guerra. Para estos efectos, debe recomendar al lector que disfrute del artículo elaborado por Walter Formento y Wim Dierckxsens, una delicia de análisis (extenso, estos dos no fueron breves, tampoco) y que se puede encontrar publicada en PIA Global.[3]

Lo que si deseo ofrecer como elemento de reflexión y análisis para el lector es lo siguiente: Es poco controversial señalar que las llamadas “sanciones” (es decir, las medidas coercitivas unilaterales) aplicadas por el G7 contra Rusia, junto a la guerra misma, han causado parte de la devastación económica que todo el planeta actualmente sufre, y que se encuentra perfectamente articulada en el artículo de Formento y Dierckxsens.

Ahora bien, y tomando en consideración que, a pesar de su relevancia para la economía global, Rusia y Ucrania son “enanos” económicos comparados con el gigante asiático, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuáles serán los efectos para la economía y la población mundial de una guerra entre Estados Unidos y sus siervos (Alianza “AUKUS”, Japón, etc.) contra la potencia económica más relevante del mundo, la cual naturalmente tendrá su fuerte y catastrófico componente de medidas coercitivas unilaterales, junto al chantaje y la obligatoria extorsión estadounidense en la cual TODO EL MUNDO debe asumir sola una de dos posturas: o estas con las “democracias” y la “civilización”, o estas con las dictaduras despóticas y el barbarismo?

Ahora regresamos a los términos de “Rouge States” y “Estados Revisionistas”. En su afán de tratar – a través de los pocos medios que le quedan disponibles – de revertir el carácter irreversiblemente multipolar del sistema internacional, Estados Unidos está colocando el planeta entero en un peligro mortal, pues de pobrezas y hambrunas devastadoras y globales, podemos fácilmente pasar a armagedones nucleares en un solo instante, cuando lo que soberbiamente se cree controlable, se haga humilladoramente incontrolable. El gringo Lake indica que

…el comportamiento (de un Estado Canalla) e(s) frecuentemente agresivo y desafiante; que los lazos entre ellos estaban creciendo; que estaban gobernados por camarillas coercitivas que reprimían los derechos humanos y promovían ideologías radicales; que exhibían una incapacidad crónica para relacionarse constructivamente con el mundo exterior; y que su mentalidad de asedio los había llevado a intentar desarrollar armas de destrucción masiva y sistemas de lanzamiento de misiles.

¿Qué tan lejos está esta descripción de los Estados Unidos de la actualidad? La agresiva expansión de la OTAN y el inicio de un proceso de destrucción de la soberanía de China, ambos suenan como comportamientos agresivos, mientras que los “lazos” entre Estados Unidos y los demás miembros de la OTAN y de AUKUS, suenan cada vez más como “lazos de esclavitud”, que supuestas “alianzas”. Alemania ve con sus propios ojos cómo ellos destruyen su propia economía, justo por estos “lazos de hermandad” con la OTAN (Estados Unidos).[4] Estos son los mismos países que tanto criticaron a Venezuela y a Cuba por los derechos humanos y la libertad de prensa, para después violar los derechos de sus propios ciudadanos y los demás, y ahora arrastrarán a Julian Assange a la hoguera en Estados Unidos para ejecutarlo en cámara lenta, por demostrarle al mundo cómo Washington violó sistemáticamente los derechos humanos de los iraquíes, mientras perdonan y cubren el vil e intencional exterminio de la periodista palestina Sheeren Abu Akla, por parte de los sangrientos sionistas.[5]

Adicionalmente, no es muy difícil ver un “radicalismo ideológico” en dividir arbitrariamente el mundo entre “democracias” y “civilización”, por un lado, y “dictaduras” y “barbarismo”, por el otro, y forzar democracias falsas a que encajen adonde no entran, y disculpar reales dictaduras en base a criterios netamente geopolíticos. Ya es crónico el carácter agresivo y extorsionista del relacionamiento estadounidense con el resto del mundo (Trump abrió el camino, y ahora Biden lo consolidó), tanto con sus aliados como con sus adversarios, y, más importantes, con los países que no caen en ninguna de estas dos categorías previas (como la India), quienes son la abrumadora mayoría de la población humana. Y lo de las “armas de destrucción masiva y sistemas de lanzamiento de misiles”, pues ya Washington tiene todo eso desde hace mucho tiempo, y ya empezaron a amenazar con el uso de estos. Su mentalidad no es de “asedio”, como dice Lake, sino de “si el mundo no es mío, entonces será de nadie”.

Estados Unidos asumió, irónicamente, la posición de las potencias revisionistas del pasado: La Francia Revolucionaria y Napoleónica del Siglo XIX, la Alemania Imperial y el Imperio Austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial, y las potencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Indicamos que es “irónico”, ya que, por lo general, las potencias revisionistas no son las que establecen el sistema internacional que desean “revisar”, y por lo general, potencias como las coaliciones antinapoleónicas del Siglo XIX e Inglaterra y Francia durante el Siglo XX no suelen ser revisionistas, sino potencias del statu quo. Entonces, ¿Cómo entender esta contradicción? Sencillamente, el sistema internacional de la pos-guerra (II GM) fue forjado por Estados Unidos con el objetivo de poder proyectar su poder imperial sin el obligatorio costo que implican los imperios clásicos, y con el otro objetivo de eventualmente desarticular y destruir el Pacto de Varsovia y apoderarse del mundo. Esto último implica literalmente lo que realizó Estados Unidos en el sistema internacional durante las presidencias de los 2 Señores Bush y el Señor Clinton.

La ironía que señalamos anteriormente es producto no del cambio del sistema pos-guerra – más bien ese se mantuvo más o menos como se esperaba – sino por el cambio drástico de las configuraciones internas de los componentes de este sistema, los propios Estados. La “malévola” Unión Soviética fue desplazada por la igualmente “malévola” Rusia de Putin, pero, aunque siguen siendo malévolas ambas, las relaciones de poder y de interacción en un sistema internacional altamente interdependiente, le permite a la Rusia del Siglo XIX tener ciertas ventajas estratégicas que la Unión Soviética no poseía, durante los años más intensos de la Primera Guerra Fría. Sin la pesada carga de mantener a sus Estados clientes, sin la necesidad de adherir a conceptos ideológicos que son imprácticos para proyectar el poder, con la capacidad de emplear más diplomacia e ingresos petroleros para compensar ciertas desventajas, el obvio debilitamiento de Estados Unidos y, simultáneamente, el surgimiento de un sistema multipolar, la Rusia de Putin puede desafiar a Estados Unidos de manera más eficiente y con menos costos, que la Rusia de Jrushchov y Brézhnev, pero solo en el sistema internacional que existe en la actualidad, tal cual como se encuentra configurado en este momento. Esto que indicamos es así, solamente porque el sistema internacional de la pos-guerra lo permite, y lo facilita.

A pesar de lo problemático que es lo antes indicado, la verdadera pesadilla no es la Rusia de Putin, sino la China de Deng Xiaoping. La china maoísta creció y se transformó bajo los propios ojos de Estados Unidos, paulatinamente desde una potencia minoritaria que, aunque limitó a Estados Unidos durante la Guerra de Corea, en realidad nunca representó un verdadero desafío político, económico, diplomático o estratégico para la potencia anglosajona, a un gigantesco e incontrolable monstro económico con quien Estados Unidos ya simplemente no puede competir. ¿Y adonde fue que se dio esta milagrosa transformación? En el mismo sistema pos-guerra engendrado por Estados Unidos, y para servir los intereses estratégicos de Estados Unidos.

El sistema de la pos-guerra fue diseñado justo para evitar el surgimiento de potencias como la Rusia de Putin, la China de Xiaoping y Xi, la Turquía de Erdogan, la Irán de Jomeiní, una Arabia Saudita más asertiva e independiente, y definitivamente una Venezuela Chavista. Al ser diseñado, el sistema internacional de entonces poseía a la Unión Soviética, poderosa pero poco adaptada para desafiar efectivamente a Estados Unidos, la China de Mao, encerrada al mundo, la Turquía de los regímenes militares leales a Estados Unidos, la Irán del Shah y su régimen pro-estadounidense y pro-sionista, y la Cuarta República venezolana, entre otras. Era también un momento histórico en el cual la globalización era limitada, y los países del Sur – los mal llamados “Tercer Mundo” – a penas poseían una presencia en el sistema. Era un tiempo de independencia económica y de una marcada presencia de dos polos (de poder desigual, en realidad), rodeados por constituyentes que obligatoriamente estaban o subordinados a uno de estos polos, o al otro.

Fueron las realidades internas de muchos de estos constituyentes del sistema, a la vez de las dinámicas de globalización e interdependencia, que erosionaron la capacidad del sistema de sostener la supremacía estructural de su creador. Tan complejo ha llegado a ser el sistema en la actualidad, que no existe una cantidad de reformas y reestructuras que permitirían degradar las potencias emergentes, y a la vez ascender de nuevo a la potencia anteriormente dominante.

Por estas realidades, Estados Unidos no lo queda otra de ser una potencia revisionista, si desea revertir la realidad irreversible de un mundo multipolar. Estados Unidos, efectivamente y como dice Davidson, busca transformar la distribución de los bienes en el sistema internacional: territorios (de los otros), (su) estatus, (sus) mercados, la expansión de su ideología (y las ideologías de sus aliados), y la creación y transformación del derecho internacional y sus instituciones (ahora el mal definido “rules-based international order” (sistema en base a reglas)). En el nuevo sistema que se pretende construir, las reglas surgirán de acuerdo con lo que logre Estados Unidos imponer, y si no lo logra imponer, caerá el privilegio de forjar estas nuevas reglas a otra (s) potencia (s).

En pocas palabras, el sistema internacional de la pos-guerra fue diseñado para sostener momentáneamente un sistema bipolar, el cual eventualmente debe ceder a uno unipolar, encabezado por su creador. Efectivamente, eso se cumplió – más o menos – entre los años 1989 y 1991. Pero en la actualidad, y cumpliéndose la brillante predicción del Comandante Hugo Chávez emitida en el año 1998, tenemos una tremenda anomalía en el sistema, una que no debería existir: un sistema multipolar en el cual hasta potencias previamente aliadas como Irán y Arabia Saudita, desafían abiertamente al triunfador de las tres grandes guerras del Siglo XX (Primera, Segunda y Fría): Estados Unidos.

Los movimientos militares que Estados Unidos está realizando actualmente – en plena tercera década del Siglo XXI – son muy intensos en comparación con los movimientos políticos que se evidenciaban en otros momentos históricos, y que a menudo se limitan a construir alianzas y asociaciones internacionales para enfrentar a China y Rusia. Como podemos ver, las acciones recientes poseen poco que ver con la posibilidad de detener la guerra en Ucrania, o idear soluciones políticas de compromiso, que evitan al mundo más crisis, víctimas y destrucción. Esto indica – más allá de cualquier duda razonable – que Estados Unidos se está preparando para la guerra, y que la guerra se ha convertido en un requisito estratégico para fortalecer la posición y el control de Estados Unidos en el mal llamado “sistema internacional basado en reglas”; reglas, cuyos detalles se anunciarán en su nueva encarnación, cuando sea el momento adecuado, que suele ser después de que termine la guerra misma.

Estados Unidos, después de forjar soberbiamente el término “Rouge State” para aplicárselo a todos sus adversarios y elementos “desobedientes” del sistema internacional, ahora se ha transformado literalmente en un “Estado Canalla”, listo para desarticular el sistema internacional existente, de imponer una guerra mundial destructiva, con la finalidad de exterminar militarmente a sus rivales, ya que no puede competir con ellos, y no puede controlar a los demás.

Si la receta ucraniana – en un artículo anterior la habíamos denominada una “trampa afgana”[6] – llegaría a ser aplicada en Taiwán y por la inmensa soberbia del mal llamado “Brinkmanship” estadounidense, en vez de otorgarle “dividendos” como ellos los llaman, le termina “saliendo el tiro por la culata”, quien pagará el precio serán los mismos que lo pagan en la actualidad: los pobres del llamado “Tercer Mundo”, los cuales ahora incluyen a los pobres de Europa, ya que las consecuencias de las medidas coercitivas unilaterales impuestas contra Rusia han convertido a la Unión Europea en “el tercer mundo del mundo occidental”, como lo indica el estadounidense Kenneth Rapoza, en su artículo en la revista “Forbes”.[7] Solo que este precio no será el mismo que pagamos todos en estos momentos, porque la economía china no es la de Ucrania y Rusia (puestas juntas), sino prácticamente el sustento de la actual economía global, y, por ende, la devastación será múltiples ordenes de magnitud por encima de lo que sufrimos en la actualidad. Eso, más armas nucleares. Muchas armas nucleares.

En pocas palabras, porque el “bully” del momento ya no puede controlar el patio ni quiere aceptar que su momento de gloria pasó, ahora estaremos todos fritos.


[1] https://www.rt.com/news/561182-china-taiwan-us-war/ [2] https://www.duckworth.senate.gov/news/press-releases/duckworth-introduces-bipartisan-bill-to-strengthen-taiwans-security-in-light-of-chinas-provocation [3] https://noticiaspia.com/el-multipolarismo-ya-gano-la-guerra-economica/ [4] https://www.reuters.com/markets/europe/german-economy-stagnates-q2-2022-07-29/ [5] https://www.aa.com.tr/en/middle-east/palestine-rejects-manipulation-of-investigations-into-journalist-s-death/2630134# [6] https://noticiaspia.com/el-sindrome-de-troya-y-la-soberania-ucraniana-parte-ii/ [7] https://www.forbes.com/sites/kenrapoza/2022/08/23/europes-markets-and-energy-security-disrupted-by-russia-sanctions/

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