Opinión

El léxico político de la emancipación y el lenguaje del odio contrarrevolucionario

AUTOR: RAMÓN MEDERO. ILUSTRACIÓN: ETTEN CARVALLO

Segundo Paso para Nuestra América.- Acá nos referiremos al léxico político utilizado por el poder popular y algunos líderes políticos en distintos países de Nuestra América, para referirse a la derecha contrarrevolucionaria. El golpismo, la deslealtad y la adhesión a las causas imperiales e injerencistas de Estados Unidos son características de la burguesía, sintetizadas por el pueblo insurgente en vocablos que se acuñan profundamente en el lenguaje revolucionario, con una carga satírica y burlesca que no incita al odio sino a la resistencia y el combate de las ideas, mediante el cual se busca establecer caracterizaciones y valoraciones morales que distingan la subjetividad, ya no tanto de las clases sociales en pugna, sino del antagonismo de dos idearios.

Momio, facho, majunche, escuálido, gusano, gorila, bobolongo, pelucón, pitiyanqui, frijolito, pollo, la nada, boliburgués, enchufado, guarimbero y pegote. Estos son algunos de los motes o apelativos que conforman el léxico político acuñado y utilizado por el poder popular y algunos líderes políticos en distintos países de Nuestra América, pero sobre todo en Venezuela, para referirse a los derechistas contrarrevolucionarios que están dedicados al golpismo, a la deslealtad y proclaman su abierta adhesión a las causas imperiales e injerencistas de Estados Unidos. Es el lenguaje popular de la resistencia y del combate de las ideas, mediante el cual se busca establecer caracterizaciones y valoraciones morales que distingan la subjetividad, ya no tanto de las clases sociales en pugna, sino del antagonismo de dos idearios: el emancipador o revolucionario (bolivariano, islámico, indígena, marxista, multipolar) vs. el neocolonialista (unipolar, macartista, hegemónico, capitalista).

Estamos totalmente seguros de que existen vocablos equivalentes en el léxico de los pueblos del resto del Sur Global para referirse tanto a esta burguesía inescrupulosa y prohegemónica como a los traidores y desclados, quienes se manifiestan de una manera cuando detentan el poder del Estado y de otra cuando se sitúan en la oposición; y de otra muy distinta, cuando el Estado se encuentra bajo el control de una Revolución profunda y de largo aliento. Este último escenario es el caso de países como Cuba, Venezuela, Irán, Nicaragua y Bolivia.

En el artículo titulado La sedición de los momios y sus pegotes en Irán y el sur global (https://www.segundopaso.es//news/2784/La-sedici%C3%B3n-de-los-momios-y-sus-pegotes-en-Ir%C3%A1n-y-el-sur-global) definimos ambos términos, momios (equivalente a escuálido, usado en Chile para señalar a los burgueses antiallendistas y antisocialistas de hoy) y pegotes (un neologismo semántico de esta base léxica preexistente, propuesto por nosotros para señalar a los desclasados) haciendo énfasis en este último. Acá retomamos la descripción de estos dos grupos y en los artículos subsiguientes describiremos las clases y subclases que los conforman. En tal sentido, para comprender mejor lo que ocurre en Irán, en Venezuela y en otros países donde hay proyectos revolucionarios en el poder, asediados por facciones contrarevolucionarias, es necesario conocer el léxico político y el lenguaje mediante el cual las partes en pugna marcan la distinción semántica ideológica de sus respectivas subjetividades.

No se trata de un análisis lexicográfico científico y sistemático, sino más bien recreativo, que parte de la experiencia vivida en contextos donde tiene lugar este tipo de beligerancia plasmada en el lenguaje y en el discurso. Para ello haremos alusión permanente al caso venezolano, contexto en el que estamos situados actualmente.

 

Ante una posible crítica acerca de que este vocabulario utilizado, como dijimos, por los líderes de algunos procesos disruptivos y sus seguidores, deba ser considerado como lenguaje clasista, ofensivo, sectario, denigrante o peyorativo, nos adelantamos a señalar que tal aseveración sería totalmente hipócrita y vana. Ciertamente se trata de un léxico satírico aunque no violento, de carácter político-ideológico, que tiene una intención moralizadora acerca de las costumbres y vicios negativos de los adversarios o enemigos que se ubican en el bando contrarrevolucionario (el grado de rivalidad se define de acuerdo con la gravedad de la polarización alcanzada en la contienda por el poder y sobre todo por la beligerancia desmedida de la burguesía). No es un llamado al odio y a la polarización socio-política, como se ha querido calificar desde la mojigatería comunicacional y por los analistólogos y opinólogos de la derecha. Este léxico, que proviene del pueblo y de líderes populares, no pretende esconder su esencia lúdica y burlesca. Es la voz de quienes no podían expresar su pensamiento e inconformidad por temor a ser reprimidos, perder sus empleos, ser encarcelados, ejecutados o desaparecidos a manos de un Estado sumido en una dictadura democrática o en una dictadura real, como las que reinaron en Nuestra América por varias décadas.

Debemos recordar que la polarización entre clases y las relaciones de poder siempre han estado presentes en Venezuela y en todos los países del Sur Global. Lo que sucede es que las revoluciones empoderan al pueblo y ahora pueden expresarse sin temor a través de sus propios medios de comunicación. Ya no son invisibles y mudos. Ha quedado al descubierto esta dialéctica que es determinante en toda sociedad. Reiteramos que no se trata de un discurso incendiario y dogmático, sino que ahora estas viejas luchas protagonizadas por los explotados-dominados, transmutados en insurgentes, se hacen visibles, se escuchan y leen por doquier.

Las clases dominantes siempre han sido controladoras de la educación, de los medios, la historia y el lenguaje, del discurso todo, para silenciar al oprimido y hacer creer que no existe antagonismo ni exclusión alguna; incluso, que todas las manifestaciones propias de su subjetividad burguesa, tanto en lo cultural como en las acciones, discursos y productos son de factura inocua, racional, imparcial, integradora, decente, respetuosa y apolítica. Es la hora de los pueblos y la historia también se vuelve insurrecta. La vida no tiene los mismos agentes terciarios de antes, las masas empoderadas viven y escriben, se manifiestan a través del verbo, con un léxico igualmente decolonial y descolonizador.

Digo que una crítica de este tipo sería hipócrita por esto que acabamos de afirmar. Si hay algo realmente denigrante, ignominioso, ofensivo y vulgar es, precisamente, el léxico utilizado por las clases dominantes de todos los países del mundo para referirse al pueblo llano y a los seguidores de idearios revolucionarios y disruptivos. Y esto sucede al mismo tiempo que estos son sometidos, explotados, perseguidos y oprimidos por la burguesía que es dueña o se ha apropiado de todos los ámbitos de la sociedad. En la canción Abrebrecha de Alí Primera aparece esta misma reflexión acerca de la sociedad capitalista: “… que no hay peor mala palabra que esta misma sociedad, que la mayor grosería la dice esta sociedad”.

De hecho, este lenguaje aporofóbico se exacerba cuando esa clase privilegiada no está en el poder y el pueblo ejerce una democracia participativa y protagónica. En Venezuela, la derecha siempre se refirió a la clase obrera, campesina, indígena, afrodescendientes y a los humildes en general como marginalesarrastradossuciospatas en el suelotierrúosmalandrosflojosordinarioschabacanosanimalesbrutosmacacos, entre muchos otros calificativos negativos que sí esconden verdaderos y peligrosísimos prejuicios ligados al odio. El intelectual venezolano, Juan Antonio Calzadilla, hace referencia a este fenómeno:

El grado óptimo de un poder expoliador es hacerse imperceptible, y confundir la miseria que genera con un ineluctable efecto de la naturaleza de las cosas. Y si la opinión nacional, esa especie de saber vago y difuso, perezoso, repetitivo, se manejaba con axiomas como “la flojera del venezolano”, o la mala índole de la “mala raza”, el carácter violento y resentido de la “marginalidad”, en careo contrastante con la decencia, la educación y la excelencia de una blanca y europeizada burguesía que “tenía más” porque era “más trabajadora y culta”, o la beneficencia de la gran empresa sin la cual no habría empleo, o el maná celeste de las inversiones extranjeras con sus capitales golondrinas que solo van sembrando servilismo y maquila en una población sin espíritu, empleados del mes y gerentes exitosos en McDonald’s, Chávez vino a rasgar, con una espada de Bolívar que solo él se atrevió a blandir con su propia mano, “el velo de Maya” de la felicidad Coca-Cola y la “Gran Familia” empresarial capitalista. Y la fortaleza de un espíritu, sea individual o colectivo, se mide por el grado de verdad que es capaz de soportar, como dijo Nietzsche. Pues revolucionar es darle frente al abismo. (https://isrobinson.org/investigaciones/la-estrategia-filosofica-del-comandante-chavez/)

¿Acaso no hemos sido testigos de cómo se ha vilipendiado desmedida e irracionalmente a través de milmillonarias campañas internacionales la imagen de Chávez (y con ello al pueblo), antes y después de su muerte; de Fidel Castro, antes y después de su muerte; del ayatollah Jomeini, antes y después de su muerte; de Nicolás Maduro, de Evo Morales, de Daniel Ortega, de Cristina Fernández de Kirshner, de Correa, de Lula Da Silva, y de toda aquel y de toda aquella que enarbola una bandera de lucha por la liberación de los pueblos? Tanto Fidel como Chávez fueron blanco de un léxico político sañoso, que se burló de ellos mediante los epítetos más crueles e inhumanos. En el caso de Chávez, la derecha no solo celebró literalmente su muerte, sino que sigue acuñando por decenas los calificativos más vergonzantes, los cuales no queremos reproducir aquí por respeto a su memoria.

Así que no estaríamos de acuerdo con una crítica de esta naturaleza, sobre todo porque el pueblo cuando usa estos motes o sobrenombres lo hace no para drenar un odio o un resentimiento, sino para crear un espíritu colectivo, de masa concientizada y crítica que sabe ubicarse en el lado correcto del devenir histórico. Con ello no matan, persiguen o queman a ningún opositor, como sí han hecho estos durante décadas.

En cambio, la derecha, situada en la oposición y en un contexto revolucionario, hace uso de los epítetos para menospreciar el origen humilde de su adversario, convertido en enemigo a muerte. El odio es transversal al verbo y la acción burguesa. Los vocablos son denigrantes, clasistas y racistas. En ellos se da el síndrome ruandés del locutor genocida, ya que son capaces de llamar a la masacre, tal y como lo hicieron Georges Henri Yvon Joseph Ruggiu y Valérie Bemeriki desde la estación de Radio Télévision Libre des Mille Collines. En Venezuela, las consignas de la oposición liderada por la extrema derecha, son una constante apología a la muerte: ¡Mueran malditos chavistas!, ¡Haz un bien a la patria, mata un chavista!; mensaje que se esconde detrás de todas las arengas de estos fachos, como la que lanzó Capriles Radonski con gritó colérico en el 2013, al perder las elecciones, ¡Descarga esa arrechera! Bravuconada que causó una docena de muertes, centenares de heridos y destrozos materiales en los Centros de Disgnóstico Integral.

 

Estos precedentes no nos alejan mucho de ese espeluznante genocidio de los tutsis a manos de los hutus, un mismo pueblo dividido artificialmente en dos etnias por parte del colonialismo belga, que sembró el odio y una falsa diferenciación racial entre ellos. Los tutsis eran llamados cucarachas y fueron masacrados como si se tratarán de una plaga y no de seres humanos. El odio de la oposición venezolana hacia los revolucionarios y las clases humildes se manifiesta, como vimos, a través de un léxico de aborrecimiento descomedido. Es un léxico que encierra una cosmovisión supremacista, la subjetividad e ideología del poderoso resentido y rabioso por ser ahora un desempoderado o desapoderado. Estos vocablos y expresiones de odio se manifiestan de manera similar dentro de la burguesía de todo el Sur Global y en todos los contextos históricos, pero se recrudece y se torna más violenta cuando deben ejercer la oposición política contra un gobierno de izquierda o de doctrina revolucionaria. Tanto es así, que luego de los nefastos acontecimientos de 2017, donde los fachos guarimberos pusieron en práctica las más atroces formas de violencia callejera, la Asamblea Nacional Constituyente se vio en la obligación de promulgar la Ley Constitucional Contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia, publicado originalmente en la Gaceta Oficial, N° 41.274 de fecha 8/11/2017. Contrariamente, el léxico y el discurso revolucionario siempre han tenido como objetivo caracterizar a su referente antagónico, el burgués contrarrevolucionario, que se muestra amenazante, hostil e inmoral, para delimitar el territorio de lucha, las diferencias éticas e ideológicas y evitar así parecerse a él en palabra y acción, en clara apología a los principios de vida, paz, diversidad, tolerancia y convivencia.

Sin embargo, no hay que confundirse y confiarse en que el pueblo revolucionario será siempre resiliente y pacífico ad infinitum ante las fieras arremetidas de la ultraderecha y el espolio que ha causado al país. En Venezuela se han practicado todas las recetas de laboratorio para propiciar una guerra civil, pero el pueblo sabio y consciente ha sabido controlarse y no ha caído en el ardid. No hay que olvidarse nunca que se trata de una Revolución pacífica pero no pendeja y el pueblo tiene pleno derecho a movilizarse y manifestar su rechazo de manera contundente a través de la palabra y la confrontación si fuera necesario. Que la oposición deje quieto lo que está quieto. Que los gringos dejen quieto lo que está quieto. La bravura del pueblo venezolano y de todos los pueblos revolucionarios del mundo puede llegar a ser un huracán capaz de barrer para siempre todas las formas de opresión. La verdadera y definitiva disrupción puede llegar más temprano que tarde atizada por el látigo opositor.

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