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Parto con Dolor: el Nacimiento de lo Nuevo en América Latina

Segundo Paso para Nuestra América – El levantamiento popular en Colombia sirve para ilustrar de qué manera se articulan las luchas de clases en Nuestra América. Estas acciones de calle que enfrentan al gobierno neoliberal de Iván Duque poseen características similares al levantamiento de Chile de 2019. Ambos se fundamentan en la solidaridad, en la articulación de redes horizontales y en el discurso de “lo común”. Se trata de una alternativa política viable al neoliberalismo. La participación masiva de la juventud, del feminismo, de los pueblos originarios y de las propias comunidades unifican y renuevan estas luchas. Surgen así nuevos liderazgos que permiten construir un sólido cuerpo político como preámbulo a un necesario e inevitable cambio social.

“El terror ha sido un arma poderosa para imponer intereses contrarios a las aspiraciones de las fuerzas sociales sometidas al poder vigente. Se trata de un terror de Estado ejercido por las instituciones existentes para mantener su continuidad. La necesidad del terror es mayor cuando las clases dominantes pierden su capacidad de generar consenso. Marx nos alertó sobre este elemento básico al afirmar que la ideología dominante es la de la clase que domina. Desde un punto de vista conservador, Max Weber señaló la importancia de la legitimidad para asegurar el ejercicio del poder. Cuando las fuerzas socialmente subyugadas crecen hasta el punto de cuestionar las formas sociales existentes, el terror pasa a ser el arma fundamental para detener la revuelta y la insurrección”.

Esta cita pertenece al libro Del terror a la esperanza. Auge y decadencia del neoliberalismo, del sociólogo brasileño Theotonio dos Santos. El texto fue escrito en el año 2004 y, sin embargo, se ajusta con asombrosa precisión a lo que observamos actualmente en Colombia.

El levantamiento popular colombiano no solo sirve para ilustrar la forma en que se articulan las luchas de clases en Nuestra América y sus potencialidades, como lo comenté en mi artículo anterior, titulado Colombia y el momento revolucionario. También funciona como evidencia del carácter profundamente violento que tiene el dogmático modelo neoliberal que se ha querido imponer, literalmente, a sangre y fuego, en nuestra región y prácticamente en todo el mundo subordinado.

Pero, además, como si se tratara de las dos caras de una moneda, presenta los rasgos de otro fenómeno característico del momento contingente que atraviesan nuestras sociedades. Esto es, el auge del discurso de “lo común” como alternativa política viable al neoliberalismo. Y Colombia no es el único ejemplo. Este movimiento está precedido directamente por el levantamiento de Chile, que comenzó en octubre de 2019. Ambos episodios comparten las mismas características:

Se trata de rebeliones contra medidas gubernamentales de corte neoliberal: aumentos de impuestos a las clases trabajadoras, subidas de precios, privatizaciones, regresión de derechos laborales y económicos. Las luchas rompieron por una demanda particular, la reforma tributaria en Colombia y la suba del pasaje en Chile, pero de inmediato surgieron múltiples demandas de distintos sectores que brotaban a la superficie como mesetas que se iban conectando de manera horizontal en una especie de red insurgente. En ambos casos, la respuesta gubernamental fue, desde el principio, la brutal violencia del aparato represivo estatal.

Tanto en Chile como en Colombia, la represión se convirtió en terror. Se cuentan por cientos y miles las denuncias de asesinatos, torturas, desapariciones y violencia sexual contra las y los manifestantes. Resulta escalofriante la similitud de la acción represiva, al punto de que se repitió la salvaje práctica de la mutilación ocular. En los dos países, decenas y hasta cientos de manifestantes perdieron uno o ambos ojos por el impacto de balas de goma disparadas por la policía.

Colombia está aún en ebullición. Pero en Chile, ha pasado el tiempo y han pasado cosas. El gobierno de Sebastián Piñera no solo fue puesto en evidencia como violador de derechos humanos, como sucede ahora mismo con el de Iván Duque, sino que fue obligado tanto a revertir las políticas que generaron el conflicto, como a convocar a una Asamblea Constituyente, dada la deslegitimación extrema que cubrió a las instituciones chilenas. Uno de los elementos que se transformó en “demanda común” en el caso de la rebelión chilena fue el cambio de la Constitución, que fue redactada a la medida en la época de la dictadura de Augusto Pinochet, y se convirtió en símbolo del rechazo a las élites políticas de esa nación.

El fin de semana del 15 y 16 de mayo de 2021se dieron las elecciones de los integrantes de la convención constituyente que redactará la nueva carta magna chilena, así como elecciones regionales y locales. El resultado, donde la derecha política obtuvo un devastador derrota, es consecuencia directa del levantamiento popular y las nuevas subjetividades políticas que se configuraron y consolidaron en su seno.

Pero, antes de comentar este “segundo momento”, es necesario resaltar el hecho de que es el neoliberalismo, y sus elementos inherentes, el que produce las condiciones de posibilidad tanto de la crisis y la rebelión, como del surgimiento de un horizonte político alternativo con características bien definidas.

Una historia de terror

Theotonio dos Santos explica muy bien en el libro mencionado la historia del pensamiento económico neoliberal y cómo ha sido utilizado de forma precisa para la aplicación de la política imperial expansiva de los países del llamado “centro” sobre las naciones que desempeñan el rol de “periferia” en lo que Immanuel Wallerstein llamó sistema-mundo.

Precisamente, fue Chile donde se aplicó por primera vez un paquete de medidas basadas en el monetarismo, privatizaciones, economía “centrada en la oferta” y la desregulación de los capitales extranjeros, con la promesa de generar crecimiento económico. Lo que se generó en realidad fue una concentración obscena de la riqueza y la privación de las grandes mayorías de los derechos que les garantizaran una vida digna. Todo esto tuvo que ser aplicado en Chile a través de un salvaje golpe de Estado y la instalación de una de las más feroces dictaduras militares de la historia.

El Fondo Monetario Internacional ha sido el organismo encargado de asegurar la implementación de los paquetes neoliberales en los países del tercer mundo. Y lo hace a través del chantaje, es decir, impone a los gobiernos la aplicación de “medidas de ajuste estructural” definidas por el organismo como condición para la recepción de créditos y el acceso a la banca internacional.

Como dice Dos Santos: “La sumisión a los principios monetaristas y recesivos del FMI ha reforzado de manera dramática el impasse de las políticas económicas en los países de la región”. En Venezuela las políticas neoliberales provocaron el “Caracazo” en 1989, la rebelión popular reprimida brutalmente por la policía y el ejército que, años más tarde, serviría de base fundacional para la irrupción de la Revolución Bolivariana. En 2001, Argentina vivió su propia crisis neoliberal: el desastre económico provocado por la aplicación de los paquetes fondomonetaristas desató un estallido social que derrumbó a la clase política tradicional y propició el ascenso de las figuras de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Así mismo, las presidencias de Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, Tabaré Vásquez y Pepe Mujica en Uruguay, fueron producto de la reacción de los pueblos del Sur a las imposiciones neoliberales.

Y hay que advertir que se trata de un modelo que difiere de forma importante al “liberalismo” que se ha aplicado en momentos en los países del Norte global. La llamada Reaganomics en Estados Unidos, y las políticas implementadas por Margaret Thatcher en Reino Unido durante los años 80, si bien incluían elementos del discurso ideológico de la “desregulación”, en la práctica no se parecían a lo que se exigía a los países del Sur. Dice Dos Santos que:

“El delirio neoliberal que pretende atribuir al mercado la dirección y la orientación de las más profundas actitudes humanas, no logra arraigarse en ningún pueblo civilizado: podría adoptar su discurso para consumo externo, pero jamás estará dispuesto a ponerlo en práctica en su país”.

Se trata de un esquema geopolítico de acumulación, dominación y extractivismo. Las compañías trasnacionales, cuya concentración de capital está cada día más escandalosamente centrada en Estados Unidos, necesitan “carta libre” para operar sin restricciones en nuestros países, explotar las materias primas y otras commodities, y asegurar el retorno del capital y los beneficios hacia las naciones dominantes. Así mismo, el endeudamiento infinito de los países subdesarrollados garantiza la perpetuación de las relaciones de dependencia.

Como señala Theotonio Dos Santos, no existe ninguna razón técnica o teórica para que los gobiernos de América Latina no establezcan una política económica que garantice un mínimo de dignidad a su población: crecimiento económico, reorientación de la distribución de la renta, defensa mínima de la soberanía nacional, defensa del propio mercado interno, del pleno empleo, y la utilización del Estado como factor de equilibrio social y de defensa de los intereses nacionales.

La adopción dogmática del pensamiento neoliberal por parte de élites rendidas a los intereses trasnacionales es la causa fundamental de nuestras crisis recientes. Ha consolidado el alejamiento de las clases políticas de sus pueblos.

Incluso después de experiencias gubernamentales como la brasileña de Lula y Dilma, la argentina de Néstor y Cristina, y la ecuatoriana de Correa, han venido gobiernos de derecha a reincidir violentamente en la implantación del dogma neoliberal. Brasil está bajo un gobierno protofascista que ha sumido a esa nación en una crisis sanitaria sin comparaciones y con implicaciones regionales e incluso globales. Macri hizo retroceder a Argentina y la volvió a quebrar en tiempo récord, entregando un país endeudado con el FMI por más de 100 mil millones de dólares que la nación “no vio”. Y en Ecuador, Lenin Moreno volvió a abrirle los brazos al FMI, quien le impuso el tradicional paquete de medidas de ajuste, que provocaron revueltas populares y una marcha indígena que lo puso en jaque y lo obligó a mudar su gobierno de Quito a Guayaquil. Al final retiró las medidas, pero con el triunfo reciente del banquero Guillermo Lasso, es cuestión de tiempo para que Ecuador se vuelva a encender.

“Cuando una clase dominante no se muestra a la altura de las oportunidades históricas que se le presentan para atender a la mayoría de su población, se coloca al borde del abismo. Esto explica los vastos movimientos sociales que asumen formas revolucionarias por no disponer de canales institucionales para hacer realidad sus demandas”, dice Dos Santos la extraordinaria obra que aquí hemos citado.

Y su análisis lo conduce a concluir que, para poder revertir la situación de dependencia, concentración de las riquezas, sobreexplotación, marginación y exclusión que tradicionalmente han caracterizado a nuestros países, “es necesario un cambio en la correlación de las fuerzas sociales”.

La política de los comunes

El sociólogo venezolano Reinaldo Iturriza dice que para el chavismo “la política es una práctica entre iguales, es el espacio en que es posible plantear y resolver problemas comunes de manera colectiva”. Para Silvia Federici, filósofa, teórica y activista feminista, la política de los comunes tiene “su base en la creación de tejidos solidarios impulsados por el apoyo mutuo, rechazando el bienestar construido sobre el sufrimiento de las y los demás impulsado por el asedio neoliberal”.

En medio del más duro escenario, resalta de manera contundente el hecho de que, más allá de la particularidad de las luchas, que tienen cada una su importancia crucial, lo que se conforma es un horizonte común que señala la necesidad de dar un vuelco radical a la forma de entender y hacer la política.

En Chile, además de obligar la convocatoria a una Asamblea Constituyente, el movimiento popular de 2019 puso en franca decadencia a todo el estatuto político para dar paso a nuevas subjetividades, a un nuevo discurso y un nuevo bloque conformado por multitudes, agrupaciones y demandas diversas que se han articulado en un frente unificado en contra del neoliberalismo.

El resultado de las elecciones del 15 y 16 de mayo salta a la vista: la lista que, en solitario, obtuvo más escaños en la Convención Constituyente fue la de los “independientes” (48), que sumados a la lista de los pueblos indígenas (17) conforman la mayor fuerza política al interior de la convención. Si sumamos la lista “Apruebo Dignidad” (28), de partidos y movimientos “más a la izquierda”, tenemos una mayoría definitiva de 93 escaños sobre 155 que refleja el deseo popular por un cambio significativo en la política chilena. Pero, más aún, si además sumamos a las fuerzas de centro izquierda más tradicionales (25), nos damos cuenta de que el rechazo contra el radicalismo neoliberal y la política de las clases adineradas (37) es abrumadoramente mayoritario.

Estamos hablando de que el “octubrismo” se impuso no ya solo como fenómeno, sino como dato duro que obliga a reinterpretar el escenario político. Saltan a la superficie nuevos liderazgos de la juventud, del feminismo, de los pueblos originarios, de las propias comunidades, que a su vez van halando a los partidos de izquierda a reencuadrarse en esta nueva forma. Desde el dolor, desde el encuentro cara a cara en la calle para enfrentar al poder, desde la solidaridad y la articulación de redes horizontales, desde el reconocimiento de los elementos comunes que unificaron las luchas, surgió una potencia de renovación que se ha hecho cuerpo político.

Además, esta potencia se muestra también en las alcaldías y gobernaciones. Fuerzas no tradicionales, muchos independientes, han conseguido conquistas importantes, que dan cuenta igualmente de la decisión de cambio de las mayorías. Creo que el resumen de todo este resultado está simbolizado en el triunfo de Irací Hassler en la alcaldía de Santiago, la capital de Chile. Es joven, mujer, feminista y comunista. Fue elegida como candidata en primarias comunales, y su discurso parte de la construcción en común de las políticas para la ciudad.

Este movimiento de rechazo a las élites y de aspiración a una política de los comunes no es un fenómeno solo de Chile, que respondería a dinámicas internas. Esto se vio casi simultáneamente en Ecuador, con el rechazo a las políticas de Lenin Moreno; en Perú con la revuelta contra los abusos de las élites políticas, que probablemente conduzca al ascenso a la presidencia de Pedro Castillo, otra muestra del deseo popular por un cambio en las formas tradicionales de hacer política; pero también se dio en Colombia. Lo que allí ocurre no es algo de pocas semanas, Colombia tiene varios años movilizándose, con varias olas de insurgencia en 2018, 2019 y 2020, hasta reventar en el estallido al que actualmente asistimos desde el 28 de abril de 2021.

Dicen Antonio Negri y Michael Hardt en su libro Multitud:

“Las revueltas movilizan lo común en dos sentidos: intensifican cada una de las luchas y articulan otras nuevas. En el plano intensivo, e internamente en cada lucha local, el antagonismo compartido y la riqueza común de los explotados y los expropiados se traducen en conductas, hábitos y performatividad comunes (…) En el plano extensivo, lo común se articula en un proceso de comunicación de una lucha local a otra. Tradicionalmente (…), la propagación geográfica de los movimientos adopta la forma de un ciclo internacional de luchas, en el que las revueltas pasan de un contexto local a otro como una enfermedad contagiosa, por comunicación de prácticas y deseos comunes”.

La metáfora de la “enfermedad contagiosa”, que en el momento global actual marcado por la pandemia de coronavirus puede ser comprendida con mayor facilidad que nunca antes, podría desplazarse un poco para no designar a los movimientos en sí, sino más bien al origen, a la condición de posibilidad de esos movimientos. En este sentido, lo que parece más una enfermedad contagiosa es el neoliberalismo, y más aún, sus consecuencias materiales sobre la vida de las poblaciones. Es el neoliberalismo lo que ha impulsado a los pueblos a levantarse, sometiéndolos a condiciones extremas que no le dejan opción más que insurgir para sobrevivir.

En Colombia sobresalen los acontecimientos de Cali, la capital del Valle del Cauca. Allí podemos observar la potencia de lo común en acción, en medio de la terrible lucha que se desarrolla entre las comunidades, los manifestantes de “la primera línea”, los pueblos y la Guardia indígenas, por un lado; y la policía, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) y grupos paramilitares conformados por “vecinos” de los barrios ricos, por el otro.

En Cali el Estado perdió el control de la ciudad. El territorio está tomado por el movimiento antigubernamental. El epicentro de la rebelión es el barrio de Puerto Rellena, rebautizado ahora como “Puerto Resistencia”.

La multitud regenta la ciudad. En redes sociales, y hasta en reportajes de medios internacionales como la BBC, podemos conocer esta impresionante experiencia de lucha. De día, la ciudad opera con relativa normalidad, el comercio abre en las mañanas y la gente tiene movilidad. Por la tarde comienzan las manifestaciones culturales, baile, teatro, música, que reflejan la diversidad étnica y cultural de este pueblo. Existen bloqueos del tránsito, incluyendo los accesos de la ciudad, controlados por los manifestantes. Están organizados, realizan guardias, ellos mismos hacen requisas para garantizar que no se cuelen policías o paramilitares. Gestionan el paso de alimentos y medicinas, tienen centros de acopio, hospitales de campaña improvisados en galpones y gestionados por grupos de médicos y trabajadores de la salud incorporados al movimiento de protesta. Se comunican, coordinan, toman decisiones. Controlan la ciudad.

Por las noches, el Esmad, la policía y los paramilitares arremeten. Hay bajas, muertos, y heridos. Pero esto no ha debilitado el movimiento, sino todo lo contrario. Se llama Puerto Resistencia porque han resistido un mes a los ataques más brutales. Además, sucede algo particular. El ejército, enviado allí por el Gobierno, no arremete contra la población. Solo patrullan y conviven, sin agredir, con los grupos de la comunidad que también patrullan y vigilan los bloqueos y las manifestaciones.

La lucha hace resaltar la importancia de las solidaridades, de la cooperación, del construir juntos, de la creación y la acción colectivas. Estas formas se consolidan y transforman en proyecto político.

Algo nuevo está naciendo allí. Y nace en medio del dolor y el terror. 150 años después de la famosa Comuna de París, que inspiró las luchas del siglo XX en todo el mundo, en América Latina ha nacido nuestro propio referente: la Comuna de Cali, en Puerto Resistencia.

Tanto en Colombia como en Chile, no se trata solo de movimientos locales, aunque el anclaje y el punto de gravedad siempre será lo local, desde donde se va articulando una espiral expansiva. Así como hay comunicación e interpelación entre los movimientos de una misma zona y de un mismo país, existe también comunicación e interpelación entre insurgencias en distintas latitudes. No necesariamente tienen que estar de acuerdo o constituir una especie de movimiento conspirativo internacional, como quieren hacer ver las élites políticas que se niegan a entender lo que sucede. La globalización, la constitución material del sistema imperial que rige el mundo en el momento actual, permite la comunicación, el conocimiento mutuo y el intercambio con mucha más facilidad que en cualquier otro momento histórico.

Por eso estos movimientos dejan inmediatamente de tener que ver solo con la situación política de un país. Esto lo advirtieron los mismos Michael Hardt y Antonio Negri en un libro anterior, Imperio, que, junto a MultitudCommonwealth y Assembly, constituyen una extraordinaria saga teórica que explica y da cuenta de los acontecimientos que ahora mismo se están dando en el mundo desde el punto de vista filosófico y sociológico. Ellos afirmaban, hace ya 20 años, que:

“Tendríamos que poder reconocer que este no es el advenimiento de un nuevo ciclo de luchas internacionalistas, sino que estamos más bien ante la aparición de una nueva calidad de movimientos sociales. En otras palabras, tendríamos que poder reconocer las características fundamentalmente nuevas que presentan todas estas luchas, a pesar de su diversidad radical. En primer lugar, cada lucha, aunque esté firmemente arraigada en las condiciones locales, inmediatamente salta al nivel global y ataca la constitución imperial en su totalidad. En segundo lugar, todas las luchas destruyen la distinción tradicional entre luchas económicas y luchas políticas. Ahora las luchas son a la vez económicas, políticas y culturales, y por lo tanto son luchas biopolíticas, luchas por la forma de vida. Son luchas constitutivas que forman nuevos espacios públicos y nuevas formas de comunidad”.

En América Latina asistimos al nacimiento de lo nuevo. Esto tiene momentos de avances, crisis complicadas, episodios trágicos, victorias contundes, retrocesos. Pero es indudable que cada acontecimiento forma parte de un movimiento más grande: el surgimiento de una nueva forma de convivir, de saber, de hacer y de estar juntos. Una de las características de este nacimiento es que enfrenta una terrible reacción por parte del poder constituido. Como hemos visto, el neoliberalismo solo puede ser impuesto y defendido mediante la violencia y el terror.

Lo que suceda en chile y Colombia va a depender las acciones y las concreciones que logren los protagonistas de las luchas. Los movimientos pueden detenerse, fracasar y retroceder. Pero lo que sí es seguro es que las cosas están, precisamente, en movimiento. Y en Nuestra América se ubica uno de los centros de esta dinámica global.

REFERENCIAS

– Theotonio dos Santos. Del terror a la esperanza. Auge y decadencia del neoliberalismo. Monte Ávila Editores / BCV. Caracas, 2007.

– Michael Hardt y Antonio Negri. MultitudGuerra y democracia en la era del imperio. Editorial Debate. Caracas, 2007.

– Michael Hardt y Antonio Negri. Imperio. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2006.

– Silvia Federici. Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes. Traficantes de sueños. 2019.

– Reinaldo Iturriza. El chavismo: la política de los comunes. Rebelión. https://rebelion.org/el-chavismo-la-politica-de-los-comunes/

– BBC. Puerto Resistencia en Colombia: el bastión de protesta y fiesta de los “excluidos” de Calihttps://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-57128800

– BBC. “Se metieron con la generación que no tiene nada que perder”: los “excluidos” de Cali que armaron un fuerte de resistencia y fiestahttps://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-57110382

Ángel González

También puede leer este artículo en : http://ciudadccs.info/2021/05/25/parto-con-dolor-el-nacimiento-de-lo-nuevo-en-america-latina/

TIEMPOS COMUNES 

Ángel González, periodista, articulista, analista político y del discurso, nos ofrece este espacio de reflexión crítica sobre el devenir de nuestras sociedades, las luchas populares, los cambios tecnológicos, económicos y culturales. Es un mapa de búsqueda de una potencia común que produzca las condiciones de posibilidad para la transformación del mundo.

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