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Segundo Paso para Nuestra América.- No se puede hablar de derechos humanos universales, no existe tal universalidad en esa materia, ni de manera conceptual, demográfica o jurídica. El analista, diplomático y profesor universitario, Omar Hassan, nos advierte que este concepto debe ser visto de una “manera diferente a los propios derechos fundamentales que poseen todos los seres humanos”. Por ello, no es correcto hablar de los derechos en sí, sino del concepto de Derechos Humanos, porque estos, en la praxis dentro del ámbito multilateral internacional, pierden su carácter universal Dadas las innumerables contradicciones e injusticias que se cometen en esta materia, los derechos se reducen a un “concepto impreciso, vago, altamente flexible y maleable, condiciones idóneas para lograr su instrumentalización”.

Los derechos humanos como “concepto”, deben ser vistos de manera diferente a los propios derechos fundamentales que poseen todos los seres humanos. Estos derechos, por más universal que se alega que son, obviamente no lo son, en la realidad social e internacional en la cual habitamos. Ni de manera conceptual, ni de manera demográfica. Primeramente, en un sentido conceptual, los derechos económicos, sociales y culturales no poseen la prioridad y la relevancia que suelen poseer los derechos políticos e individuales. Los países occidentales, quienes dominan la institucionalidad internacional y las organizaciones que supuestamente promocionan los derechos humanos y denuncian las violaciones de estos, por lo general se enfocan en ciertos tipos de derechos humanos, descartando los otros, ya que no sirven para avanzar ciertos intereses políticos, no pueden ser aplicados sin afectar negativamente la acumulación de riquezas de los dueños de los medios de producción y los ingresos estatales.

En segundo lugar, y en un sentido demográfico, los derechos humanos no gozan de una verdadera universalidad. En un dado momento específico, ciertos pueblos y sus derechos humanos adquieren toda la relevancia y la atención, mientras que otros terminan siendo reprimidos y olvidados en un “memory hole” orwelliano. El llamado “genocidio armenio” de 1915, por ejemplo, cesó de ser relevante y dejó de ser parte de las narrativas occidentales (políticas, mediáticas, académicos) durante una gran parte del Siglo XX, cuando la República Turca fue un aliado principal de Estados Unidos contra la Unión Soviética y luego durante sus años de membresía leal en la OTAN, pero interesantemente, el supuesto genocidio recuperó relevancia y cobertura mediática después de que el actual Presidente turco, Recep Tayib Erdogan, inició un acercamiento estratégico con Moscú, luego del fracasado golpe de Estado contra su gobierno (planificado y apoyado por los occidentales), en el año 2016.

Los uigures – grupo étnico que vive en las regiones del noroeste de la República Popular China (Sinkiang) – milagrosamente cobraron relevancia en las narrativas y los medios del mundo occidental a raíz de ciertos problemas de derechos humanos con el Estado chino, justo durante la misma coyuntura en la cual se intensificó la Guerra Fría entre Occidente y China (del 2014 y en adelante), aún cuando el dominio chino sobre estos pueblos turcos ya tiene más de 300 años.

Alternativamente, el genocidio rohinyá perpetrado por Myanmar empezó desde la década de 1960, y hasta los momentos, ni se considera como un “genocidio”, ni recibe la atención mediática, diplomática e institucional que reciben los pueblos armenios y uigures. En el mismo sentido, los palestinos, sirios y libaneses que sufren bajo las atrocidades de la Entidad Sionista, no son considerados como víctimas de violaciones sistemáticas de sus derechos humanos, y en el consejo de seguridad de la ONU no se puede denunciar a dicha entidad por sus múltiples crímenes y masacres, a raíz del constante veto estadounidense, el mismo país que alega ser un defensor de los derechos humanos. Estados Unidos denuncia las acciones del gobierno sirio para suprimir movimientos terroristas y de mercenarios extranjeros que buscan destruir la República Siria, pero no posee problema alguno de negarle los derechos humanos más fundamentales a los pueblos venezolano y persa, al aplicarla sus nefastas medidas coercitivas unilaterales, con todas las catastróficas consecuencias sociales, económicas y sanitarias que han tenido que vivir estas poblaciones, durante los últimos años.

Por eso es que tenemos que hablar del “concepto” de los derechos humanos, en vez de los propios derechos, los cuales sí son universales. Cuando los derechos humanos pierden su carácter universal en el ámbito multilateral internacional – tanto conceptualmente al reprimir o ignorar los derechos sociales, económicos y culturales, como demográficamente, al incluir ciertos pueblos y excluir a otros – estos se reducen a un concepto impreciso, vago, altamente flexible y maleable, condiciones idóneas para lograr su instrumentalización. Ya no se tratan de derechos universales que todos deben gozar en cualquier dado momento, sino que se transforman en instrumentos de política exterior – con alcance geoestratégico – para el uso discrecional de ciertas potencias y sus aliados.

Por eso, el concepto de los derechos humanos demuestra una alta capacidad para la instrumentalización, ya no como derechos universales, sino como componente en los conflictos geopolíticos del momento. Existe quienes consideran que los derechos humanos son un “arma”, la cual es empleada contra ciertos contrincantes, con la finalidad de cambiar forzosamente sus gobiernos, crear inestabilidad, o someterlos a la voluntad de uno. En realidad, aunque esta visión se aproxima a la realidad internacional que vivimos en la actualidad, de todas maneras, no logra comprender la verdadera naturaleza de la instrumentalización del concepto de los derechos humanos. El propósito de este documento es precisamente abordar el tema de la instrumentalización del concepto de los derechos humanos, con fines netamente geopolíticos.

La universalidad e inflexibilidad de los derechos humanos – los propios derechos – no son dictados por una potencia, ya que es un asunto de toda la humanidad. Alternativamente, el mero concepto de los derechos humanos, y no los propios derechos, no es universal, no es automático, ni tampoco existe durante todos los momentos políticos e históricos, sin consideración de las “realidades geopolíticas” y las rivalidades entre las potencias.

El concepto de los derechos humanos no es, en sí mismo, un arma. En vez, pudiera ser visto como un componente esencial de un arma, quizás, menos no es un arma, per se. El concepto de derechos humanos, ajustado para un momento dado y una necesidad geopolítica en particular, formaría parte de una narrativa que, al desarrollarla, sería parte del arma que se desea usar. El arma misma es un paquete de medidas coercitivas unilaterales, las cuales destruyen la estabilidad y fortaleza interna de un país, con la finalidad de acabar con su gobierno, o su independencia y soberanía, dependiendo de la necesidad del agresor.

La secuencia del arma empieza con la creación de la narrativa, la cual por lo general vilifica la víctima, ennoblece las acciones del agresor, y resalta una situación “inaceptable” por parte de la “comunidad internacional”, y no solamente el país o gobierno agresor. La narrativa nunca divulga intereses materiales, estratégicos y económicos de quienes la producen, ni mucho menos contiene componentes que aluden al ejercicio del poder. Luego, tenemos la imposición de estas, seguido por los mecanismos tradicionales de amenazas y chantajes a terceros para que no ofrezcan espacio de maniobra al país víctima de las medidas.

Al lograr un cerco hermético contra el país víctima (política, económica, mediática y diplomáticamente), se espera observar evidencias del efecto destructivo de estas en la economía del país víctima del arma en cuestión, evidencias que pudieran extenderse a la anhelada desestabilización. Cuando la desestabilización empieza a demostrar señalas de su consolidación, se intensifica el uso de otra arma mortal en posesión de la potencia agresora – los medios de comunicación – para otorgarle continuidad a la narrativa original, pero ahora con la finalidad de colocar la “culpa” del deterioro y colapso económico sobre el gobierno que se desea destruir, sin señalamiento alguno del rol crucial de las llamadas “sanciones” en dicho deterioro y colapso (básicamente, es una estrategia amplia de “tira la piedra y esconde la mano”). Estas narrativas, su difusión y el arma de las medidas coercitivas unilaterales, suelen incrementar el deseado caos, hasta obtener uno de dos resultados: o el gobierno transforma por completo su postura nacional y accede a todas las ordenes que impone la potencia forjadora del arma, o el gobierno mismo colapsa, y es sustituido por uno nuevo que sigue al pie de la letra las instrucciones de la potencia agresora.

Este tipo de armas son bastantes complejas para ensamblar y operar, y dependen de múltiples factores que deben alinearse todas para que sean efectivas, requiriendo de una multiplicidad de actores para que otorguen resultados, pero a la vez son excelentes sustitutos de las armas de fuego y nucleares, particularmente por su bajo costo para la potencia agresora, y la doble utilidad de poder causar el daño económico, para luego atribuir todos los “efectos colaterales” a la víctima misma, en vez de la potencia agresora. Lo importante es que para poder tener éxito con el empleo de este tipo de armas – las medidas coercitivas unilaterales – se requiere de una “maquinaria” constante para la creación de narrativas. Sin estas, no se le puede otorgar “legitimidad” y justificación a las medidas, pero aún más importante, no se puede intimidar y amenazar a terceros para que “cierren el círculo” contra la víctima, y garanticen su destrucción económica.

Las narrativas, sin duda alguna, son componentes esenciales de estas armas ultra modernas, ya que deben convencer a un mundo entero que las medidas obedecen a razones altruistas, legales y altamente nobles, y nada que ver con las luchas por el poder, por las riquezas y por el dominio. Es justo aquí en donde cobra inmensa relevancia e importancia, la instrumentalización del concepto altamente flexible y maleable de los derechos humanos, entre otros conceptos flexibles y maleables como la “democracia”, y la “estabilidad regional”, el “derecho internacional”, entre otros. Todos estas, sin duda alguna, son excelentes componentes para construir narrativas.

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