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¿Nace un nuevo período progresista en América Latina?

Segundo Paso para Nuestra América.- Al período político conservador en América Latina protagonizado por Mauricio Macri, Lenin Moreno, Enrique Peña Nieto, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, que pujó en algunos casos con las extensiones de gobiernos de la “marea rosa” provenientes de la década de oro que inició en el año 2000, parece estarle ronroneando un nuevo período progresista que determinará la política regional en América Latina.

Al período político conservador en América Latina protagonizado por Mauricio Macri, Lenin Moreno, Enrique Peña Nieto, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, que pujó en algunos casos con las extensiones de gobiernos de la “marea rosa” provenientes de la década de oro que comenzó en el año 2000, parece estarle ronroneando un nuevo período progresivo que determinará la política regional en América Latina.

Desde la conquista del gobierno de México por López Obrador, pasando por la superación del gobierno macrista por Alberto Fernández, a los gobiernos de resistencia que han sido el de Nicolás Maduro y Miguel Díaz Canel, en Venezuela y Cuba respectivamente, se han ido sumando fuerzas como la de Luis Arce tras la reconquista del poder en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Xiomara Castro en Honduras y Gabriel Boric en Chile.

El esperado retorno de Lula da Silva en Brasil, tras la impopularidad creciente de Jair Bolsonaro, y las expectativas electorales de Gustavo Petro en Colombia tras las tendencias favorables en las elecciones legislativas recientes y los últimos sondeos, también se van sumando como parte de la escalada de la izquierda y el progresismo en nuestra región.

Sin embargo, ¿se puede realmente catalogar estos cambios políticos como el nacimiento de un nuevo período progresista?

Aunque México particularmente ha pujado con interés una política de fomento a la integración y cooperación regional, convocando a restaurar la voz de América Latina marcado en el concierto global, sobre todo tras el repliegue económico regional sostenido, antes y después de la pandemia, -la CEPAL en su Balance Preliminar de las Economías crecimientos de América Latina y el Caribe 2019 diagnosticaba el período 2014-2020 como el de menor para las economías de América Latina y el Caribe en las últimas siete décadas, mientras que notificaba más adelante una contracción durante el 2020 de 6.8% del PIB regional-, la realidad es que el contexto vertiginoso en que se dio la integración progresista de la década de oro se distancia bastante del contexto actual.

En principio, esa diferencia con respecto a la estabilidad y crecimiento económico es bastante notable, la llamada bonanza de la década del 2000 parece desdibujarse en el presente, además de que la orientación política de los gobiernos catalogados en el marco de la nueva izquierda o el progresismo son disímiles en muchos de sus programas e intereses políticos. El modelo económico, los propósitos de la política interior, las deudas sociales, son puntos en los que no parece haber simetría o afinidad.

Los sistemas progresistas se definen a sí mismos como pos-neoliberales o antineoliberales con elementos de discontinuidad, que se encuentran en la imagen de la recuperación del espacio público, cierto antiimperialismo, en una lógica de soberanía, de nacionalismo, de neodesarrollismo, basado en cierto grado de distribución de la riqueza por lo general a través de políticas públicas con carácter universal, pero al mismo tiempo focalizadas en los sectores más desfavorecidos con un matiz relativamente asistencial, cierta movilidad social y cierto asentamiento en derechos sociales (ANUIES, 2022)

Podríamos basarnos en esta fórmula que sostiene el historiador y sociólogo mexicano, Massimo Modonesi, para considerar que sí parece haber una concordancia en los intereses oidades intencionales de los gobiernos o proyectos de gobierno progresistas en puja, sin embargo, la disposición de cooperación regionalista incluso emancipadora de otrara, no parece ser un punto de convergencia aquí, más bien nos encontramos con programas más restringidos hacia las políticas endógenas basadas en reformas, modelos uso de mixtos en términos económicos, políticas exteriores basadas en el bilateralismo y no en el multilateralismo, entre otras de menor importancia.

Ahora bien, todo esto podría modificarse si la cercanía de AMLO con Lula da Silva se cristaliza, tras un inminente triunfo de este último en las elecciones presidenciales de octubre de 2022. El reciente encuentro entre ambos líderes, desarrollado durante marzo pasado, facilitó ver este panorama, tras las palabras de un Lula muy seguro, que confía en ser reelecto a la presidencia brasileña cercana, y constituyen de este modo junto con López Obrador “un bloque progresista en el continente”. El peso de ambas naciones y ambos gobiernos podría sin duda, modificar la balanza hacía una política de integración regional progresista, convencer a los más aislados, o ratificar el compromiso de quienes coquetean con la idea.

Además de esto, para hablar de un nuevo período, ola, o corriente progresista en América Latina, es indispensable reconsiderar el papel de los organismos abandonados o estancados tras el debilitamiento o deposición de los gobiernos progresistas anteriores, la Alianza del Pacífico, el Mercosur, la Celac, el ALBA TCP, y la propia UNASUR. Jugar al jaque mate de organismos impulsados ​​por el liberalismo y conservadurismo de derecha como el Grupo de Lima o PROSUR, incluso la OEA, cuyo papel en la desestabilización y golpes de estado en los países progresistas en los últimos años ha sido más que evidente.

El analista internacional mexicano Ángel Guerra expresó en su artículo sobre avances progresistas en nuestra América: “La defensa de la independencia y la soberanía de nuestra América y de sus Gobiernos progresistas pasa por la de Cuba” y este es un tema que, sin duda, junto al de Venezuela y la lucha contra el bloqueo unilateral y criminal a sus pueblos, deberá orientarse también el camino para un nuevo período progresista.

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