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La lógica de las relaciones de poder

AUTOR: OMAR HASSAAN FARIÑAS. ILUSTRACIÓN: ETTEN CARVALLO

Segundo Paso para Nuestra América.- El tema del poder es uno de los que más ha abordado y analizado en los últimos tiempos, el académico y diplomático Omar Hassaan, porque considera que es fundamental para desentrañar todo tipo de relaciones sociales (micros y macros). Pero también, por lo tan difícil y complejo que es para comprender, y mucho más para definir dicha categoría Aquí deseamos avanzar unos puntos adicionales sobre el tema, continuando con ideas y nociones que ya habíamos abordado en artículos anteriores.

En el pasado, habíamos colocado el énfasis de nuestro análisis en el componente de la relación de poder que impone, que domina, que busca obligar a otros o que busca persuadir a otros, más con sus ventajas materiales, que con sus argumentos. En pocas palabras, nos enfocábamos en los actores que se benefician de la relación de poder, pero sin considerar el dominado, o el que se encuentra en la posición menos ventajosa de una relación asimétrica de capacidades materiales e influencias.

Caso en punto: El gobierno del Presidente Nicolás Maduro, en la República Bolivariana de Venezuela. La agresión catastrófica que aún sigue sufriendo el pueblo venezolano tiene como objetivo eliminar a un actor que ha sido “problemático” para la política exterior estadounidense durante más de 2 décadas, asunto que ahora se hace aún más necesario, a raíz de una coyuntura internacional en la cual Estados Unidos está dispuesto a desmantelar su propio sistema internacional para neutralizar a sus rivales principales, en orden de peligrosidad: China, Rusia, Irán, Turquía, el trío “maligno” de América Latina (Cuba, Venezuela, Nicaragua) los aliados de Irán en el Medio Oriente, etc. Este plan fue gestándose desde los tiempos del Señor Barack Obama, y recibió su máxima expresión de agresión destructiva durante los últimos dos años del gobierno del Señor Donald Trump.

La agresión en realidad es sui generis en la historia del sistema internacional, ya que contó con una serie de elementos no-militares para destruir a un país desde adentro y desde afuera, simultáneamente, empleando tácticas altamente novedosas como la creación de “gobiernos interinos” y la confiscación de bienes nacionales empleando esta misma figura irreal como vehículo para el saqueo, por parte de la potencia en cuestión. Existen quienes denominan esto como una estrategia de “Guerra de Cuarta Generación”, y aunque no objetamos el uso de este término, en realidad lo que vive Venezuela transciende las descripciones iniciales de este término.

Cualquier observador independiente, consciente del severo golpe que Estados Unidos le otorgó al mercado petrolero con el desastre del “Fracking” en el 2014, y tomando en cuenta la pandemia del Covid-19 y sus devastadores impactos, llegaría rápidamente a la conclusión de que, en el caso venezolano y la agresión estadounidense contra ese país, la correlación de fuerzas no está a favor del Gobierno Bolivariano, y su colapso sería difícil de evitar, o quizás imposible. Esta conclusión, en realidad, nace de un enfoque casi exclusivo en el nivel de poder del dominante, en vez de entender el asunto como una relación dialéctica entre dos fuerzas contrarias u opuestas, cada una actuando en base a sus capacidades, ya que todos los integrantes de la relación necesariamente actúan, aunque con diferentes grados cuantitativos y cualitativos. En otras palabras, como se trata de analizar una relación y no una mera capacidad material, es importante recordarnos de que se trata de dos actores, y no solamente el dominante de estos dos.

En pocas palabras, esperábamos que se diera el colapso completo del Gobierno Bolivariano, o por lo menos una negociación de entrega, y esperábamos eso, justo porque nos fijamos en lo que creemos que es el “poder” de Estados Unidos y sus capacidades materiales y su influencia, y luego mecánicamente comparamos esos mismos tipos de capacidades con los del Gobierno encabezado por el Presidente Maduro, incluso hasta manteniendo los mismos términos ventajosos del primero, por lo cual lógicamente concluimos que el plan de cambio de gobierno estadounidense debería ser altamente exitoso. Obviamente, este no es el caso. Interesantemente, lo mismo se pudiera haber alegado en las décadas de 1960 y 1970 sobre Vietnam – antes de la invasión estadounidense – de Afganistán en la década de 1970 y comienzos de la 1980 – antes de la invasión soviética – y de ese mismo país centroasiático después del 2001 – antes de la invasión estadounidense. Una vez más, estos no fueron los casos.

Lo que fallamos en apreciar es que, primeramente, el poder es una relación, no se da en un vacío social, ni tampoco es un instrumento que podemos almacenar o acumular, para luego emplear de cierta manera que tengamos la garantía de que la cantidad utilizada siempre será proporcional al poder que podremos “ejercer”. En esta relación, existen dos actores (o más), no obstante, los dos son los que generan la relación de poder, y no solamente el dominante o el agresivo en esta, o el que posee más capacidades materiales, legales, mediáticas, informáticas, etc. El dominante domina usando sus herramientas (entre otros elementos), mientras que el subalterno resiste con sus propias herramientas, realidad que hace prácticamente imposible determinar de antemano o de manera mecánica, cual será el resultado de una lucha entre ambos, en base solamente a las obvias asimetrías. Debemos recordarnos que las asimetrías visibles entre dos o más contrincantes suelen ser asimetrías en capacidades materiales, las cuales no son sinónimos per se del poder mismo. Adicionalmente, en las relaciones sociales, la ecuación Mas Poder Bélico = Victoria Segura no aplica en todos los casos, como la propia historia humana nos demuestra. Esta ecuación no aplica justo porque el supuesto “poder bélico” en realidad es solamente la capacidad material, y no es precisamente el “poder” mismo.

Aquí es importante aclarar lo que implica para nosotros el uso de la dualidad “dominante/subalterno”. Esta dualidad no implica argumentos normativos, ni juicios de valor. El dominante no es dominante porque es “superior”, ni el subalterno asume ese rol porque es “inferior”. Raramente encontramos una relación de poder en la cual todas las partes poseen exactamente las mismas capacidades materiales, y a la vez los mismos grados de determinación, moral y entusiasmo (elementos que, aunque son imposibles de evaluar matemáticamente, son determinantes en cualquier conflicto). Siempre existe una asimetría en las capacidades, las cuales no siempre se traducen a victorias y derrotas pre-garantizadas. Para efectos de nuestros debates actuales, el actor “dominante” es quien posee más capacidades materiales para imponer un deseo, un plan o una serie de cambios, y el subalterno es quien posee menos capacidades materiales y se encuentra en una situación de resistencia a un plan impuesto, o a una serie de cambios que se desean imponer. Estamos al tanto de que esta dinámica no es la única que pudiera formar parte de una relación de poder, pero es la dinámica que esperamos evaluar en este breve texto. Por eso insistimos en la complejidad del estudio sobre las relaciones de poder, y la urgente necesidad de explorar estos temas con mucha más frecuencia y variedad de la que existe actualmente en la literatura académica y política.

Ahora bien, Estados Unidos, durante su programa de cambio de régimen para Venezuela, empleando la táctica novedosa del “gobierno interino”, las medidas coercitivas unilaterales y la creación del sumiso “Grupo de Lima”, nos demostró una premisa muy importante sobre las relaciones de poder, por lo menos en el contexto del sistema internacional: Ejercer el poder implica obligar a la relación de poder entre dominantes y dominados, a operar en base a que el dominante puede colocarse por encima de las mismas reglas que él inventó, mientras que el subalterno debe someterse a estas reglas, a la fuerza, si fuera necesario.

Un “corolario” de este concepto – si se nos permite el uso de esta palabra – sería que los “aliados” del actor dominante igualmente quedan exentos de las reglas (por lo menos de manera temporal), cuando esto sea conveniente para el dominante. El derecho internacional ha sido empleado por la potencia dominante – Estados Unidos, en este caso – como un instrumento para denunciar a Venezuela, y luego para justificar las medidas coercitivas unilaterales. Pero cuando Estados Unidos necesita simular un acto de piratería internacional y declararlo “legal” – como por ejemplo el acto de robar en el Alto Mar la gasolina persa y venezolana, atracando los buques de estas naciones con sus propios barcos de guerra como un pirata común – el mismo derecho internacional que se le obliga a “tragar” a los países subalternos, queda firmemente en el pipote de la basura. Venezuela supuestamente viola el derecho internacional al reprimir manifestantes, pero la Colombia del Señor Iván Duque sigue siendo “ejemplo de democracia”, cuando masacra a estos, en generosas cantidades. El poder se visualiza aquí como el derecho único y exclusivo de ser selectivo en cómo se hacen cumplir las reglas: suspendidas ocasionalmente (o siempre) para el dominante y sus aliados; impuestas brutalmente contra los adversarios y los neutrales.

Pero todas estas visiones poseen algo en común: siempre hablamos de la “capacidad” gringa, lo que esta potencia puede realizar, ejercer, imponer, etc. Pero el otro actor en la relación de poder que tomamos como ejemplo es el Gobierno Bolivariano, y por lo general en estas ecuaciones solemos cometer dos errores: o nos olvidamos que resistir es parte de la ecuación de poder, solo que la ejerce el actor subalterno en vez del actor dominante, y que no podemos medir capacidades de resistencia con los mismos criterios y las mismas herramientas que medimos las capacidades del actor dominante, ya que poseen sus propias lógicas y configuraciones. Resistir es cualitativamente diferente a imponer y dominar, por lo cual, ¿cómo podemos emplear las mismas lógicas para entender dos procesos tan cualitativamente diferentes?

El poder para imponer y obligar, para desplazar, tiene su contraparte en el poder para resistir, para rechazar y para negar objetivos. Mientras que el poder para obligar y desplazar se manifiesta con acciones de cierta naturaleza – obedeciendo las capacidades del actor dominante – el poder para resistir y negar se manifiesta de manera muy diferente, aunque igualmente obedeciendo las capacidades del actor subalterno. Lo del poder es una relación porque dominar y resistir son dos componentes que no pueden existir uno sin el otro (¿cómo lo llamaríamos “dominación” si nadie lo resiste, ni hasta sutilmente? ¿Cómo podemos hablar de resistencia, si no hay qué resistir?), y esto implica que no se trata de capacidades asimétricas, sino de interacciones entre actores quienes pudieran tener capacidades asimétricas, obviamente. Entonces, de la misma manera que consideramos la lógica de la dominación en la relación de poder, debemos igualmente considerar la lógica de resistencia en esta.

La República Bolivariana de Venezuela ha pagado y sigue pagando un precio muy alto por su resistencia, eso no es único ni exclusivo de la condición venezolana. Vean el precio que pagó el pueblo vietnamita por casi un siglo de imperialismo Occidental, o el precio que pagó Venezuela durante las guerras independentistas, o la Guerra Federal. Económicamente, el país suramericano se encuentra aun luchando para recuperar su capacidad productiva, para reinsertarse a un sistema financiero internacional que de todas maneras se encuentra actualmente en proceso de autodestrucción por parte de sus propios diseñadores, a raíz del uso irresponsable de este como una mera plataforma para las letales y catastróficas medidas coercitivas unilaterales.

Entre quienes más pagaron por la devastación, se encuentran los enfermos que poseían los medios para salvar sus vidas bajo la atención medica del periodo ante bellum (antes del plan “Trump”), pero que la perdieron después de los actos que constituyen crímenes de lesa humanidad (las medidas coercitivas unilaterales). Seguidamente en la lista de víctimas, tenemos la totalidad de la población asalariada, que, a raíz de golpes sistemáticos y continuos a la moneda nacional, ha visto su capacidad adquisitiva colapsar catastróficamente. El Estado venezolano se ha encontrado obligado a aceptar ciertas imposiciones de las multinacionales extranjeras que fueron “permitidas” a operar de nuevo en Venezuela, y muchos logros sociales de la Revolución Bolivariana han retrocedido, mientras que mucha mano de obra altamente calificada y preparada – aquí mismo en Venezuela – ha abandonado el país para beneficiar principalmente a los países del mal llamado y extinto “Grupo de Lima”, a pesar de tanto odio y prejuicio que han sufrido estas venezolanos en la región. Nadie pone en duda el inmenso precio que Venezuela tuvo que pagar por su resistencia, y es lógico y esperado que seamos hoy en día testigos de un alto grado de devastación que dejó – y sigue generando – la agresión estadounidense.

No obstante, el objetivo de la agresión del dominante – quien se encerró en una relación de poder con el Gobierno Bolivariano y toda la población nacional – no era crear esta devastación, sino usar la devastación para llevar al Estado suramericano al colapso, seguido por un proceso de destrucción del Gobierno Bolivariano efectuado por sus propios ciudadanos, dejando un vacío de poder (como el “vacío de poder” ficticio creado durante el golpe de Estado del 2002) que sería ocupado por la figura mítica del gobierno interino y el títere “treparejas” de la extinta asamblea nacional del 2015 – 2020. El periodo de “transición” generaría eventualmente un gobierno corporativo – quizás al estilo de Mauricio Macri – que pudiera retroceder la ola de gobiernos progresistas que regresó a ser una realidad durante estos últimos 3 o 4 años. Nada de esto se logró, obviamente.

La pregunta sería, ¿por qué no se logró el objetivo gringo de “regime change” en la Venezuela Bolivariana? No pretendemos aquí analizar todos los elementos que pudieran darle respuestas a este último interrogante, ya que son múltiples, multidimensionales y altamente complejos, pero sin duda alguna, uno de estos factores es el “poder” del Gobierno Bolivariano, o, para ser más preciso, el componente del Gobierno Bolivariano en la relación de poder que se engendró entre este, el gobierno estadounidense, y sus serviles aliados. Como el actor “subalterno” en esta relación de poder, no podemos buscar esa noción de poder en las armas nucleares venezolanas (pues no existen), tampoco en su capacidad económica y financiera (minúscula en comparación con la Estados Unidos, obviamente), ni su control sobre ciertas organizaciones internacionales y el sistema financiero global (igualmente limitado), tampoco en el dominio sobre la producción y difusión de narrativas a nivel internacional.

No podemos estudiar esta dimensión de la relación de poder desde la óptica del dominador, sino desde la óptica del que resiste. En esta relación de poder, Estados Unidos buscó imponer un plan para devastar a Venezuela, y eventualmente obtener de esta devastación el premio deseado: una nueva colonia. Esta relación generó automáticamente una postura de resistencia a este plan, y eventualmente se pagó un elevado precio para desarticular el señalado plan, con grandes sacrificios y pérdidas, pero el objetivo principal del agresor dominante no se logró.

Obviamente, la lógica de imposición y dominio es totalmente diferente a la lógica de resistencia, por lo cual debemos aceptar que la resistencia se ejerce de manera cualitativamente diferente a la manera en la cual se ejerce el dominio, o el intento de reestablecer el dominio. Mientras que el gobierno estadounidense necesitó creatividad para violar el derecho internacional y el uso de sus relaciones bilaterales y multilaterales, a la vez de todo su “músculo institucional y financiero” para montarle el cerco al Gobierno Bolivariano, este último necesitó ser paciente, prudente, estoico y en control total de sus emociones, con un pulso frío en la mano que ejecuta las políticas, y al igual mucha creatividad para “apagar un fuego tras otro” que se fueron generando como resultado de las medidas coercitivas unilaterales y la incursiones de mercenarios, etc.

Igualmente, parte del “poder” que se evidencia por parte del gobierno venezolano es poseer la madurez y sabiduría necesaria para crear y fortalecer relaciones y alianzas estratégicas internacionales que ayuden a mitigar las consecuencias de las medidas coercitivas unilaterales y el cerco diplomático y económico. Caso en punto, la relación entre Caracas y Ankara, en la actualidad una de las más importantes para el país, mientras que, en el pasado, apenas existía una interacción entre ambas naciones. En pocas palabras, el “poder” de Venezuela en la relación de poder entre ese país y Estados Unidos se puede resumir de la siguiente manera: Venezuela “aprendió” de modo propio y con ayuda de unos aliados, a sobrevivir la embestida gringa, y a pesar de que quedó severamente golpeada, igualmente quedó parada, quedó viva, lejos de lo que esperaba el “embestidor” y la mayoría de los analistas internacionales, quienes predijeron el colapso seguro del Gobierno Bolivariano y el paso de Venezuela, de ser un país “problemático” para Washington, a formar parte de su órbita de dominio.

Aquí no estamos celebrando la condición actual de la República Bolivariana de Venezuela. Estamos claro que el precio pagado es alto, drástico y devastador. Pero enfocarnos en el precio pagado nos hace perder el punto del análisis actual, el cual no es la “victoria” o la “derrota” de Venezuela, sino la naturaleza de las relaciones de poder en el contexto internacional, y los errores de análisis que se suelen cometer a raíz de enfoques que, o son completamente erróneos, o son incompletos y limitados (como es el asunto con el caso de Venezuela y las medidas coercitivas unilaterales que empleamos en este documento).

Contrario a todas las expectativas, Venezuela sobrevivió la gran embestida estadounidense, y aún continúa resistiendo, a pesar de perder mucho de lo que se logró durante los “buenos años” de la Revolución. Lo relevante del análisis aquí es que el caso venezolano es de gran importancia para comprender las dinámicas del poder en un nuevo sistema internacional, producto de tantos factores novedosos que posee este caso particular del país suramericano, y que serán muy relevantes para el análisis internacional durante los próximos años – cuando se profundice el grave conflicto estructural entre la OTAN y la Alianza Moscú-Pekín – ya que las relaciones entre las naciones en un sistema irreversiblemente multipolar, demostrarán grandes diferencias cualitativas en comparación con los periodos de la primer Guerra Fría y el periodo entre esta última, y la nueva Guerra Fría de la actualidad.

El caso venezolano es uno que nos ayuda a analizar y comprender críticamente una dinámica particular de las relaciones de poder que es mucho más relevante para nuestra actualidad, que fueron las dinámicas más tradicionales. En pocas palabras, el ejemplo venezolano es más relevante para comprender nuestra realidad actual y nuestro futuro cercano, que los ejemplos de Afganistán y Vietnam del Siglo XX. En la nueva realidad multipolar, Estados Unidos seguirá empleando estrategias como las aplicadas contra la Venezuela Bolivariana, en vez de estrategias como las que fueron empleadas en América Latina durante el Siglo XX. Hoy en día, es más importante estudiar la farsa del llamado “gobierno interino” en Venezuela, que las antiguas invasiones estadounidenses a Granada y Haití, ya que en el futuro cercano es avecina una masiva y destructiva rearticulación del sistema internacional que espera permitir que Estados Unidos logre neutralizar sus grandes adversarios, lejos de tratar de “mantener” el sistema de Pos-Guerra (Segunda Guerra Mundial).

Pero más importante, el caso venezolano nos permite explorar las dinámicas de las relaciones del poder que solemos ignorar, como la resistencia, la prudencia, la paciencia y la capacidad de aguante como formas y/o expresiones de poder, dentro del marco de una relación entre dominantes y subalternos. Cada vez que exploramos el tema del poder, siempre surge nuevas dimensiones, nuevos ángulos y nuevas posibilidades que no han sido exploradas, y con esto surge la necesidad de aceptar la gran importancia de estudiar este tema tan complejo y multifacético.

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