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Gómez Carrillo, la angustia vital revestida de frivolidad

Autora: Alexandra Mulino
Gómez Carrillo, la angustia vital revestida de frivolidad

Segundo Paso para Nuestra América.- Las ciencias sociales y humanas, al igual que la literatura, gustan de las clasificaciones. Según los expertos, Gómez Carrillo trató de uno de los prosistas más importantes del modernismo “hispanoamericano”. Este guatemalteco (1873-1927) que profesó la religión de los diletantes, gozó de París y de sus luces; si bien, cabe la interrogante, ciertamente sintió tal deslumbre como cuando Rubén Darío de niño rezaba a Dios que no permitiese su muerte antes de conocer París: “Era para mí como un paraíso en donde se respirase la felicidad sobre la tierra.”

Las ciencias sociales y humanas, al igual que la literatura, gustan de las clasificaciones. Según los expertos, Gómez Carrillo trató de uno de los prosistas más importantes del modernismo “hispanoamericano”. Este guatemalteco (1873-1927) que profesó la religión de los diletantes, gozó de París y de sus luces; si bien, cabe la interrogante, ciertamente sintió tal deslumbre como cuando Rubén Darío de niño rezaba a Dios que no permitiese su muerte antes de conocer París: “Era para mí como un paraíso en donde se respirase la felicidad sobre la tierra.” (Gómez Carrillo, 1993, p.5).  

 

El “príncipe de los cronistas”, tal como lo bautizó la prensa madrileña, inmortalizó al París frívolo que “dibuja la tipología de una estética coherente: la bohemia, el decadentismo, lo simbólico, los sentidos insaciables como moral de las formas, el moderno sentimiento de lo rápido”. (p.7). París ofrecía la oportunidad de lo efímero con sus trajes de moda, sus ostentosos sombreros, sus hermosas y fútiles bailarinas y actrices (la bella Otero, Liana de Pougy, Emiliana d’Alenon, y un largo etcétera), teatros, ajenjo, poetas, buhardillas, pintores, bohemia, hambrientos, suicidas, alcohólicos, y pare de contar.

 

El retrato de este apasionado de la vida, deja entrever una “mirada” atenta y una sonrisa inteligente; este hombre se burló siempre de los impresionables como Sthendal, conoció la miseria humana tras el telón parisino; no obstante, fue el sueño de escritores y artistas latinoamericanos.  Cabe destacar que muchos en la imposibilidad de cruzar el Atlántico en pos de las musas, encontraron en periódicos y revistas, crónicas, noticias, novelas, fotograbados que apaciguaron un tanto sus ansias. Caracas no escapó de tales ensueños; el quincenario El Cojo Ilustrado, lo puso al alcance de aquellos sectores sociales que podían pagar su subscripción; así que ofreció al apreciado centroamericano una columna fija para deleite de aquellos que no lograron abordar un vapor al mundo de los arquetipos… “la revista venezolana El Cojo Ilustrado le publicó entre 1895 y 1908 varias secciones permanentes, una de ellas era La vida parisiense.” (p. 9).

 

El cosmopolitismo de la revista El Cojo Ilustrado

 

Julio Rosales en su libro El Cojo Ilustrado  (Rosales, 1966) legó preciosa información sobre “el hombre y la obra”: José María Herrera Irigoyen y dicho quincenario. Respecto del producto, refirió que después del inesperado éxito del primer año de esta revista bimensual, surgieron en el escenario intelectual capitalino dos revistas dirigidas y redactadas por la generación joven: Cosmópolis y La Alborada.

La publicación de Cosmópolis estuvo en manos de Pedro César Dominici, Pedro Emilio Coll y Luis Manuel Urbaneja Achelpohl: “y se edita en la Imprenta Bolívar, de donde más tarde saldría revestida igualmente con sus arreos de cruzado, La Alborada.”  (p.45). A decir de Rosales, estas ediciones no opacaron la importancia de la Revista regional, El Zulia Ilustrado: “(…) El Zulia Ilustrado, de Maracaibo y El Cojo Ilustrado, de Caracas, las únicas que pueden ser tomadas en cuenta por la solidez positiva, como exponentes definitivos de tendencias en su época.”  (p. 60).

A su vez, este escritor caraqueño, en su tiempo, colaborador jovencísimo del periódico El Cojo Ilustrado, destacó que la otrora inteligencia venezolana, antes de la aparición de la comentada revista quincenal capitalina, leían La Ilustración Española:

 

La Ilustración Española estaba dedicada a presentar dentro del reino y, si acaso, propagar fuera de él, la vida intelectual genuina de la península; en cambio, El Cojo Ilustrado, aspiraba aclimatar, dentro de las fronteras nativas, las ideas cosmopolitas dominantes en el momento espiritual que cruzaba el mundo civilizado (…) y, a difundir, allende las vallas geográficas, el pensamiento local, con su aderezo vernáculo de poesía y arte más o menos venezolano  (p.51).

 

Otro aspecto bien peculiar, que vale la pena destacar, del bien documentado texto de Rosales, trató de los libreros que proporcionaron obras y revistas nacionales e importadas, entre otros menesteres, al selecto mundo intelectual venezolano, de fines del XIX: “Los libreros de entonces, un venezolano distinguido, Parra Almenar, y un catalán, Puig Rog, los más famosos, abundaban en mercancía rutinaria.”  (p.54).

 

 

Secciones fijas y otros escritos en El Cojo Ilustrado

 

Valga el paréntesis, es necesario reconocer la extraordinaria labor del intelectual Martín Perea Romero quien durante diecisiete años en la Biblioteca Nacional de Venezuela, legó a la bibliografía del país sendos trabajos que sufragaron a favor de la nacionalidad: el Catalogo sobre la vida y la obra de Andrés Bello, el de la Revista Nacional de Cultura y el del Cojo Ilustrado. Justamente, en el Tomo I, es posible ubicar los artículos, crónicas y ensayos del grande Gómez Carrillo para el deleite de los amantes de las letras universales. Copio, pues, lo enviado otrora a la Atenas venezolana:

 

1. Actualidades literarias, 1898.

2. La Canción de París, 1895.

3. Crónicas parisenses, 1896.

4. Escritos americanos, 1898.

5. Impresiones de Grecia, 1908.

6. Letras mejicanas, 1898.

7. Los cronistas actuales, 1907.

8. El poeta de París: Catulle Mendes, 1902.

9. Poetas de América, 1898.

10. Psicopatía, 1897.

11. Todas las flores, 1898.

12. El triunfo de Salomé, 1898.

13. Una nueva moda teatral, 1908.

14. La vida parisiense, 1896, 1897, 1898, 1907, 1908.

 

Su muerte

 

Dejó este plano con cincuenta y cuatro años de edad; demasiado viejo para un alma tan recorrida por el mundanal París y otros paralelos; tanta sensualidad lo agotó esencialmente, tanto que en su lecho de muerte suplico lo dejaran tranquilo. El 27 de noviembre de 1927 encontró la paz en el cementerio Pére-Lachaise, no podía ser de otra manera para este ser rodeado de insidias y leyendas; se le atribuyó la entrega a los franceses de la famosa espía Mata Hari; si bien ella en el Olimpo de los inmortales, lejos de ofrecer sus mimos a corresponsales de café.

 

Bibliografía

 

Gómez Carrillo, Enrique (1993). La vida parisiense. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

Perea Romero, Martín (1975). Catálogo del Cojo Ilustrado, 1892-1915. Caracas: José Agustín Catalá, editor.

Rosales, Julio (1966). El Cojo Ilustrado. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

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