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El Dr. “Biden” o cómo aprendimos a dejar de preocuparnos y amar la bomba: Kiev, Taiwán y las guerras de nuestros tiempos

Segundo Paso para Nuestra América.- Desde finales de la primera década del Siglo XXI (2009 a 2010), Omar Hassaan ha insistido, con poco o ningún éxito, en que nos encontramos en el plano internacional en una “Guerra Fría”. Por un lado, entre Estados Unidos y sus aliados; por otro, entre Pekín y Mos, cúaunque no había sido declarado o aún no había sido conformado. De acuerdo con el autor, esta propuesta gozó de poca credibilidad por mucho tiempo. En buena parte, debido a la insistencia de los apologistas y los “pundits” de Washington, como también los propios rusos y chinos a lo largo de la década 2010 a 2020, quienes siempre negaron la existencia de dicho conflicto en aras de no echarle “más leña al fuego”.

A criterio de quien suscribe, la importancia de visualizar las relaciones internacionales desde el prisma de una guerra fría surge de la necesidad de analizar el sistema internacional adecuadamente, colocando así cada aspecto que analicemos sobre cualquier región del mundo, en un contexto más amplio de rivalidad geopolítica, ya que, con el paso del tiempo, se fue extendiendo la influencia de Rusia y China en el tablero internacional, cómo también se fue incrementando la agresividad estadounidense y sus contradicciones y debilidades internas. Consideré que la razón primordial era intelectual y académica, más que geopolítica y de vida o muerte. Eh ahí, el primero de mis varios errores.

La importancia de entender la naturaleza del conflicto geopolítico que vivimos actualmente y que hemos heredado desde hace más de una década, se evidencia en la capacidad de responder a estos, sin caer en el remolino engañoso de los discursos y las narrativas, las cuales son, en sí mismas, los instrumentos de guerra de la actualidad. El propósito de comprender la verdadera naturaleza del conflicto siempre fue – aunque nunca logré visualizarlo así sino hasta recientemente – evitar que nos engañen al decir que hay una guerra entre Rusia y Ucrania, y que Rusia atacó sin provocación alguna por lujuria de poder y dominio, y la OTAN reacciona como siempre ha reaccionado, en defensa de las soberanías de los pueblos del mundo. Más bien, pudiéramos argumentar que la importancia primordial de comprender este conflicto nace de la urgencia de comprender la nueva naturaleza y lógica de las guerras globales, y cómo estas deben conducirse, en el masivo “campo de minas” que es el sistema internacional del Siglo XXI, el cual se encuentra repleto de armas nucleares e integraciones (es decir, interdependencias) económicas, financieras y comerciales, como nunca antes hemos visto en la historia humana.

Ahora, quizás pocos entienden la naturaleza del conflicto actual, el cual ya ha escalado de su condición netamente “fría” que poseía antes de la batalla en Ucrania (y la otra batalla que se avecina en el Mar Meridional Chino), a una condición previamente sin equivalentes en la historia humana. No obstante, y al igual que antes, la necesidad de entender el conflicto de manera adecuada sigue siendo la misma: evitar que nos engañen, nos arrastren en guerras que no son nuestras, y que sufrimos de desestabilizaciones inflacionarias y hambrunas masivas por conflictos que se nos “venden” como una cosa, cuando en realidad son otra cosa, muy distinta.

Siempre asumí, incorrectamente, que los apologistas de los estadounidenses y los analistas internacionales del país anglosajón negaban la tesis de una guerra fría de su país contra Moscú y Pekín a raíz de la soberbia de insistir en el “mundo unipolar” y la imposibilidad de que surjan verdaderos rivales geopolíticos de la “única superpotencia” existente. En realidad, la tesis de una guerra fría entre las señaladas potencias fue rechazada hasta hace poco, precisamente para poder proyectar un enfrentamiento geopolítico global entre potencias nucleares, como una guerra entre una de estas potencias y un “intermediario” no-nuclear, y así tratar de “resolver” – o por lo menos tratar de manejar sin un apocalipsis nuclear – un pequeño problema sobre la naturaleza de las guerras que surgió precisamente entre los días 6 (Hiroshima) y 9 (Nagasaki) de agosto del año 1945.

El grave problema que ahora enfrentamos es – y no quiero aquí dar la impresión que estamos siendo intencionalmente alarmistas e irresponsables  – que este método “creativo” para manejar un enfrentamiento bélico de tipo convencional (enfrentamiento militar con armas convencionales) entre potencias no-convencionales (potencias con armas de destrucción masiva – las llamadas “ABCs” por sus siglas en inglés: Atomic, Biological and Chemical), nos está reposicionando justo en las décadas de 1960 y 1970 de la primera Guerra Fría, como si fuera que estamos viajando hacia atrás, en el tiempo. Una vez más, en pleno Siglo XXI, enfrentamos la posibilidad de un “MAD” – el famoso “Mutually Assured Destruction” de las décadas de 1950, ´60 y ´70 (destrucción mutua asegurada, pero las siglas “MAD” deletrean la palabra “mad” en inglés, que significa “locura”).

La pregunta sería la siguiente: ¿Qué se debe hacer cuando una guerra fría entre potencias nucleares debe transformarse en una “caliente”, por necesidad o capricho de una de las partes? ¿Qué hacer para aún seguir teniendo un planeta, después de iniciar semejante locura? En otras palabras, ¿Cómo serán las nuevas y modernas guerras no-nucleares entre potencias nucleares? La respuesta, en realidad, no se evidencia tanto en Kiev y Mariúpol, sino en las propias capitales de Moscú, Pekín y Washington. Afortunadamente, existe una forma audiovisual y explícita que podemos emplear aquí para comprender las razones por las cuales estas potencias tienen que recurrir a terceros y a tantas maniobras falsas para evitar que se entienda lo que efectivamente está sucediendo, y en vez se crea cualquier otra cosa – por más absurda que sea – menos la propia verdad. Esta forma audiovisual y explícita que acabamos de señalar, ha existido desde el año 1964, y se llama: “El Dr. Strangelove, o Cómo Aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Bomba”, la obra cinematográfica del estadounidense Stanley Kubrick. Tenemos que insistir aquí, una vez más, que nunca ha sido, y nunca será, una mera coincidencia que tenemos que regresar a los procesos, las narrativas y las críticas de la primera Guerra Fría (Siglo XX), para poder comprender las realidades de la segunda (Siglo XXI).

Sin duda alguna, si buscamos en la lista de “genios estadounidenses del Siglo XX”, tendríamos que destacar el nombre de Stanley Kubrick, por lo menos en las artes cinematográficas. Uno de sus magnum opus – la obra titulada “2001: Una Odisea del Espacio” – es quizás una de las obras de arte cinematográfica más importantes de la historia humana, al par con “El Padrino” de Francis Coppola, “Solaris” de Andrei Tarkovsky, o “Rashomon”, de Akira Kurosawa. No obstante, Kubrick posee otra obra cinematográfica de gran fama internacional, la denominada “El Dr. Strangelove”, del año 1964, una interpretación muy “kubrickiana” de una novela del estadounidense Peter George llamada “Red Alert” (Alerta Roja), de 1958. En América Latina, la obra cinematográfica se conoce con el nombre de “El Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”.

“El Dr. Strangelove”, por tan extraño que pudiera verse de primera instancia, es una película sobre la verdad, se trata de la verdad sobre cómo fueron realmente las cosas y cómo podrían haber sucedido, observadas desde un punto de vista objetivamente sarcástico, o quizás, mejor dicho, satírico. La historia comienza cuando un comandante militar de una base militar de la fuerza aérea estadounidense ordena un primer ataque preventivo (“preemptive”, es la palabra que usan) nuclear contra la Unión Soviética. El Presidente de los Estados Unidos y el Estado Mayor Conjunto, con la esperanza de evitar una guerra y un holocausto, intentan detener el ataque, pero debido a un mal funcionamiento tecnológico, no pueden evitar que la tripulación de un bombardero B-52 logre entregar su carga útil (sus bombas nucleares) y, por lo tanto, se logra como consecuencia de las acciones exitosas del B-52, activar un llamado “dispositivo del fin del mundo” (Doomsday Device) ruso, el cual los estadounidenses mismos no sabían que existía y que estaba ya activo. Eventualmente, logramos deducir de las últimas imágenes de la película, que la activación del “Doomsday Device”, logra acabar con una gran parte de la humanidad.

El personaje principal de la obra de Kubrick, el llamado “Dr. Strangelove” – un excientífico nazi altamente excéntrico que está en ese momento a cargo de la mayoría de los aspectos tecnológicos del sistema de defensa estadounidense y, por lo tanto, influye en la formulación de políticas de ese país, fue inspirado por el muy verdadero científico alemán “Wernher von Braun”, creador de las armas nazis V-2 (los primeros misiles de la historia) durante la Segunda Guerra Mundial, y más tarde responsable del desarrollo del vehículo de lanzamiento “Saturno V” de la NASA, el mismo que logró enviar a los primeros astronautas estadounidenses a la Luna.

Lo aterrador de esta brillante obra de supuesta “ficción”, es que el investigador estadounidense de asuntos militares Eric Schlosser, el 17 de enero de 2014, escribió en el New Yorker informando que “casi todo en “Dr. Strangelove” es verdad”. Desde la administración de Eisenhower, varios comandantes de las fuerzas aéreas estadounidenses, como también otros oficiales, tenían la capacidad de ordenar el uso de armas nucleares sin previa autorización de Washington, aunque bajo ciertas circunstancias, las cuales de todas maneras estaban vagamente definidas. En su película, Kubrick dedujo correctamente la mayoría de los protocolos de lanzamiento nuclear. Al igual, intuyó acertadamente los aspectos técnicos y tecnológicos del llamado “War Room” y el bombardero B-52, todo esto para la profunda consternación de la Fuerza Aérea estadounidense.

No obstante, el elemento realmente más espeluznante de la película, fue la relación entre la inflexible precisión técnica de los sistemas de guerra que se evidencian en la película, por un lado, y el comportamiento humano, por el otro, con toda la ira, el odio, los miedos y la agresividad irracional, los cuales hacen una combinación toxica y explosiva con una tecnología de guerra que es radicalmente novedosa, y que estalló en nuestra existencia después del 6 de agosto de 1945. Esta combinación explosiva no es fatal solamente para el enemigo, sino para la capacidad misma de este planeta para sostener nuestras vidas.

La obra cinematográfica de Kubrick expone claramente varios elementos, pero en realidad solo necesitamos dos, para efectos de nuestro análisis de las tristes realidades del Siglo XXI. El primero es que nunca ha existido en los 200 mil años de existencia de nuestra especie un peligro autoinfligido más destructivo que las armas nucleares y la degradación ambiental por factores industriales. El segundo elemento es que por más peligrosas que sean las armas nucleares, su “peligrosidad” incrementa quizás exponencialmente cuando se combinan con los factores netamente humanos: los prejuicios, las rabias, los deseos de dejar de ser impotentes y tomar el control, y, más importante, la lujuria por el poder y el dominio sobre los otros. Este peligro es uno de pérdida de control en una dinámica altamente fluida, como suelen ser las guerras, y en este caso en particular, sería la guerra actual de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, gestándose sobre territorios ucranianos.

El propósito primordial de una guerra fría – como un conflicto geopolítico que efectivamente lo es – es precisamente impedir que este pase de ser “frío”, a ser “caliente”, por cualquiera razón que pudiera existir. Una guerra fría no-nuclear, como por ejemplo la que actualmente existe entre Arabia Saudita y la República Islámica de Irán, no implica el mismo peligro global que una guerra fría entre Rusia y Estados Unidos, por ejemplo, justo por la ausencia de armas nucleares y por la inmensidad de las capacidades convencionales que poseen ambos contrincantes. Estas realidades son las que imponen la necesidad de mantener el carácter “frío” del enfrentamiento geopolítico, necesidad que no es simplemente de carácter estratégico, sino que se trata de la propia supervivencia de la especie humana.

Los resultados del paso intencional o accidental de una guerra fría a una caliente son ilustrados brillantemente en “El Dr. Strangelove”: el ataque nuclear recibirá una respuesta igualmente nuclear, y por lo general esto se escapa del control de ambos contrincantes, en un proceso espiral que al final de este, no dejaría un “mundo” para que la potencia “ganadora” pueda “dominar”. Y si existen sistemas como los “Doomsday device” – estos tienen una base en las realidades de la primera Guerra Fría, y no son unas meras invenciones de Kubrick – entonces peor aún, porque se salen del control del ser humano y nos acercamos a potenciales escenarios como el de “Skynet”, el de otra obra cinematográfica estadounidense (“El Terminator”, de James Cameron). No necesariamente estamos hablando de escenarios tan apocalípticos como el que visualizamos en las últimas imágenes de “El Dr. Strangelove” o como la premisa principal de “El Terminator”, pero sí implica una potencial pérdida del control de la situación bélica, tanto por razones técnicas y/o tecnológicas, o por un proceso de escaladas y contra escaladas entre los rivales, terminando con acciones que nadie deseaba que sucedan, en primer lugar.

Justo aquí es que podemos tomar el tema de la guerra entre la OTAN y Rusia, la cual por los momentos se está gestando en Ucrania. En la Europa Oriental se está gestando una guerra novedosa, ajustada para nuestros tiempos, una guerra que posee premisas netamente innovadoras, aunque no es así porque decidieron ser “creativos” en un sentido estratégico, sino simplemente porque las circunstancias imponen la necesidad de “inventar” e “innovar”. Tarde o temprano, después de 1945, las potencias nucleares se encontrarán con la impostergable necesidad de enfrentarse a uno de sus homólogos en el club de países nucleares, y tarde o temprano, se tendrán que buscar y desarrollar mecanismos para definir estos enfrentamientos, sin que necesariamente se dé un intercambio de misiles balísticos intercontinentales o vuelos de bombarderos estratégicos, que vuelen sobre las capitales de sus enemigos con cargas nucleares.

La llegada de los demócratas a la Casa Blanca en el 2021, creó las peores condiciones para mantener el statu quo de Guerra Fría entre Estados Unidos y la Alianza Moscú/Pekín, razón por la cual la alianza entre las potencias euroasiáticas se consolidó efectivamente durante la presidencia del Señor Biden (en el mismo 2022), y no cuando el Señor Trump demostraba su agresividad contra Pekín, entre el 2017 y el 2020. La llegada de los demócratas a la Casa Blanca reactivó el programa inicial de los republicanos tradicionales y los demócratas de expansión agresiva de la OTAN, asunto que los estadounidenses sabían que terminaría o con una Rusia completamente envuelta y “estratégicamente castrada”, o en una guerra del tipo “caliente” – y con Vladimir Putin en vez de Boris Yeltsin en el Kremlin, es mucho más posible que se dé la segunda opción, que la primera.

El momento histórico para Rusia “atacar” (si así este país lo desearía realizar) a cualquiera de los instrumentos de la OTAN – Georgia, Ucrania, Polonia, los países de los Balcanes – jamás será el que empezó el 20 de enero de 2021 (inauguración de la presidencia del Señor Biden). Si fuera por voluntad no-provocada del propio Señor Putin, seguramente otro momento entre los años 2016 y 2020 hubiera sido más adecuado, por lo menos para Moscú. Alternativamente, el momento idóneo para que Estados Unidos quiebre la alianza Moscú/Pekín fue, en realidad, años atrás, por lo cual se debe proceder a realizar dicha tarea, lo antes posible. Estas realidades de la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos, Rusia y China, son las que imponen la necesidad de pasar de una guerra fría de mediana intensidad, a una guerra fría de alta intensidad, empleando a un “intermediario” como contrincante (el gobierno del Señor Zelensky en Kiev) para mantener el carácter relativamente “frío” del conflicto, el cual se trata de un enfrentamiento entre potencias con grandes arenales de armas convencionales y no-convencionales.

Lamentablemente, ahora en estos momentos de abril y mayo de 2022, estamos pasando aceleradamente de una guerra fría de alta intensidad, a los primeros indicios de un enfrentamiento directo, real y sin intermediarios, entre Estados Unidos y Rusia, con todo lo que implica esto. Las consecuencias de esto, ya son evidentes en obras cinematográficas como “El Dr. Strangelove”, entre otras. Los rusos, después de ciertos éxitos iniciales, sufrieron un gran revés al fracasar en tomar la capital ucraniana, y existía una esperanza que los ucranianos pro-estadounidenses logren expulsar los rusos de los territorios del Donbas y recuperar militarmente a la península de Crimea.

El uso del arma más moderna en el arsenal estadounidense – las medidas coercitivas unilaterales – otorgó la esperanza que una derrota militar rusa en el Donbas pudiera combinarse con el colapso del rublo y la economía del país euroasiático, para así obtener un “jaque mate” que eliminaría a Rusia del tablero geopolítico global y garantizaría el renovado dominio absoluto de Washington sobre todos los europeos, y poder así proceder de manera colectiva y más segura contra el contrincante más peligroso, quien ahora estaría debilitado por la derrota de su socio estratégico: La República Popular China.

Lamentablemente para los sueños estadounidenses de una victoria expedita, aunque Rusia fracasó en Kiev, sus ofensivas y maniobras sistemáticas en la región de Donbas, conjuntamente con sus aliados ucranianos en el terreno, lograron garantizar la caída de la ciudad de Mariúpol y el rendimiento de las tropas de Kiev en la zona. Igualmente, los europeos aún se resisten a abandonar por completo los hidrocarburos rusos, y aunque progresivamente van enviando armas cada vez más letales a Kiev, igualmente se resisten a abrir una guerra directa contra Moscú. Muchos ya abrieron cuentas en rublos para poder pagar por la energía rusa, y otros países fuera del sistema occidental han incrementado la adquisición de energía rusa, llenando así los cofres de guerra de la Federación de Rusia. Estados Unidos, en su desesperación para obligar un “default” a los rusos, decidió no permitir que Rusia – con sus propios recursos que están disponibles justo para este propósito – pueda entregar sus pagos a sus acreedores, con la finalidad de simular una condición de “default”, ya que contrario a sus expectativas, Rusia sí posee los recursos para pagar sus deudas y títulos de crédito.

Lo importante es que la guerra está lejos de finalizar: Rusia sufrió ciertas desventajas y reveses tácticos, pero está lejos de “tirar la toalla”. Alternativamente, Kiev, con el apoyo bélico, económico y político de toda la Unión Europea, Estados Unidos y sus aliados “junior” (Gran Bretaña, Canadá, Australia, ciertos países asiáticos, etc.), posee aún suficiente aguante para seguir siendo el instrumento de guerra de la OTAN contra Rusia. En la actualidad, a pesar de los triunfos rusos de los últimos días, Moscú está tan cerca de capturar a Kiev, como la OTAN está de expulsar a Rusia de todos los territorios ucranianos y de la península de Crimea.

Naturalmente, esto debe ser una causa de gran terror para los países del Sur, particularmente los que no forman parte de esta guerra, y no están apostando cuerpo y alma por la continuidad de la hegemonía occidental de los últimos tres o cuatro siglos. ¿Por qué debe ser una fuente de preocupación para los pueblos del Sur? Pues sencillamente, son indicaciones de dos tendencias que, si estas logran profundizarse en los próximos meses, tendrán consecuencias catastróficas para todos los seres humanos. Primeramente, los contrincantes de esta guerra – la OTAN y Rusia – empezaron este proceso con las mismas expectativas vanidosas e irreales que tenían todos los participantes de la Primera Guerra Mundial, al inicio de esta: “Over by Christmas” (finalizado para las navidades), fue el lema de entonces, de una guerra que inició en el mes de agosto, y que todos asumieron que terminaría en diciembre del mismo año, con las tropas regresando a casa para las navidades. Efectivamente, esa guerra terminó antes de la navidad, en noviembre, pero cuatro años más tarde, y con unos 20 millones de muertos (sin contar los muertos de la pandemia de la muy mal llamada “gripe española”). Esta misma actitud quizás aún prevalece entre las potencias enfrentadas, y aquí incluimos a Rusia.

La segunda tendencia es la necesidad de ganar, a cualquier costo, escalando así el conflicto desesperadamente y transformado su propia naturaleza, hasta el punto en el cual se pierde el control. Igualmente, la Primera Guerra Mundial es un ejemplo de esto, en el sentido de la disposición de las potencias beligerantes de emplear las masacres de civiles y las armas químicas para lograr una ventaja sobre el enemigo, o el criminal ocultamiento de la pandemia de influenza que en realidad inició en las trincheras francesas y los hospitales británicos (aunque el punto de origen de la pandemia es supuestamente una base militar en Kansas, Estados Unidos), con la finalidad de poder obtener la tan anhelada victoria.

Estas dos tendencias son causas de gran terror para nosotros, naturalmente, porque, en primer lugar, la generación de falsas expectativas sobre las capacidades del enemigo (y, por ende, sobre uno mismo) suelen recrudecer las guerras, en vez de terminarlas. En segundo lugar, y aquí es que tenemos que preocuparnos aún más, la desesperación por ganar implica un espiral sin control de escaladas, asunto bastante problemático en el contexto de beligerantes como Irak e Irán (de 1980 a 1988, la guerra más larga del Siglo XX), por ejemplo, pero cuando se trata de beligerantes con los arsenales nucleares más grandes y sofisticados del planeta, pues lo problemático se transforma en lo catastrófico.

Solo un apologista tan divorciado de la realidad, un ferviente publicista de la maquinaria bélica estadounidense o un apasionado y dedicado ideólogo de las clases dominantes (nacionales o transnacionales), puede efectivamente seguir creyendo que Estados Unidos está vaciando sus propias reservas militares y las de sus subordinados en la OTAN, que está perjudicando su propia estabilidad económica, el bienestar de sus ciudadanos y su futuro en el mundo, por defender la soberanía ucraniana y la “libertad” de su pueblo. Desde vagas promesas de ayuda y apoyo por parte de las capitales occidentales al gobierno en Kiev, hemos llegado al hundimiento del “Moskvá”, el buque de guerra principal de la armada rusa en el mar negro, el cual obviamente fue destruido por una operación extraoficial de la OTAN, y no de los ucranianos de Kiev. Mientras la economía estadounidense sangra con hiperinflación y precios de gasolina que superan los del año 2008 y 2014, Washington aprueba miles de millones de sus dólares para financiar la guerra en Ucrania. Con esta imprudencia de política doméstica, le están garantizándole el control del congreso a los aliados y la vanguardia política del Señor Trump, cuando este decida formalmente desafiar electoralmente al Señor Biden, en apenas dos años más.

Cada día escuchamos menos y menos esfuerzos para finalizar la guerra, pero también vemos menos y menos esfuerzos para seguir disimulando la naturaleza de esta. Aparentemente, ya no importa tanto que todos continúen creyendo que es una invasión rusa a Ucrania, con el fin de (re) construir el maligno imperio soviético, seguida por una respuesta netamente altruista por parte de Washington para salvar la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Cada día se permite que se erosione la fachada original, y cada día es menos importante ocultar el hecho que es una guerra entre la OTAN y Rusia. Esto implica que van desapareciendo los incentivos y las motivaciones para seguir con lo poco que queda de una guerra fría, rápidamente descendiendo al abismo de una guerra “caliente” entre las dos potencias nucleares más grandes del momento. Hasta en los peores momentos de la crisis de los misiles rusos en Cuba en el año 1962, existió un esfuerzo común entre Moscú y Washington para evitar que se llegue al enfrentamiento directo entre estos dos. Ahora, la victoria es más importante que evitar una incontrolable espiral descendente hacia un verdadero “MAD”.

En la actualidad, Estados Unidos pasa por el mismo proceso que nos llevó a las batallas ucranianas de esta Guerra Fría, pero ahora con la gran potencia asiática. Cada semana o cada quince días, los oficiales de Washington deben ridículamente contradecirse a ellos mismos y a su Presidente, cuando informan que, por un lado, Washington está dispuesta a intervenir militarmente en Taiwán si China supuestamente “invade” (asunto que el Señor Biden ahora informa casi periódicamente), y por el otro, siguen reafirmando – ya como un insulto a la inteligencia de la gente – que la postura de Washington no ha cambiado, y se mantiene la política de “una sola China”, instaurada desde la primera Guerra Fría. Cada día vemos una nueva provocación contra China por parte de Estados Unidos, como por ejemplo la hipocresía de denunciar el acuerdo de seguridad entre la potencia asiática y las Islas Salomón (mayo de 2022) por parte de Canberra y Washington, condenándolo como una “amenaza” de seguridad que no puede ser “tolerada”, cuando Moscú si está obligada a tolerar las mismas amenazas, por parte de la OTAN.

En poco tiempo, pudiéramos tener una “batalla marítima” de esta guerra-no-tan-fría, como efectivamente ya la tenemos con la batalla de Ucrania, pero en el medio del Mar de la China Meridional, y claro, para cuando ese conflicto inicie, muchos se olvidarán de todos estos sucesos, amenazas, provocaciones y descontextualizaciones que nos llevarán a otra crisis global, y solo tendrán en mente lo malévolo y sangriento que es el Señor Jinping, y el inmenso sacrificio que Estados Unidos le impondrá a todo el planeta, para salvar la hiper valiosa soberanía taiwanesa. Es de notar que la alianza expresamente anti-China en el Pacífico – la llamada “AUKUS” – fue formalizada en septiembre de 2021 (antes de las batallas de Ucrania), y efectivamente ya estaba en desarrollo desde mucho antes. Tendríamos aquí que ver – quizás con una óptica un poco más crítica y menos crédula e ingenua – quiénes son que efectivamente están intimidando, hostigando y provocando, a quiénes.

Ahora bien, ¿Qué es lo que nos debe realmente preocupar, en este momento histórico del sistema internacional? Simplemente, la misma preocupación que visualizamos en “El Dr. Strangelove”, pero para un nuevo tipo de guerras, un tipo que nunca se había imaginado o contemplado durante la primera Guerra Fría, una guerra para nuestros tiempos. ¡Qué tan fácil es perder el control en una guerra, justo por parte de quienes deben estar en “control”! De un momento a otro, con la combinación fatal de menospreciar el enemigo (pecado cometido por los dos contrincantes de esta guerra, Estados Unidos y Rusia) y la indetenible locura espiral de “up the ante”, como dicen los gringos (subir el valor de una apuesta), y seguir escalando la situación para ganar, podemos percibir cómo pasamos de una guerra fría, aunque “acalorada” por el uso de un “proxy” o un intermediario, a un enfrentamiento directo entre dos potencias nucleares. En un momento de alto peligro para la humanidad, ¿Cómo pudiéramos estar absolutamente seguro que en Washington, en la actualidad, no existe un Dr. Strangelove que argumente muy racional y calmamente a favor del uso “limitado” – como si fuera que el poder nuclear posee limites – de armas nucleares, o “tactical nukes”, como a ellos les gustan llamarlas?

La Guerra Fría de nuestros tiempos ha pasado, momentáneamente, a ser una casi caliente entre dos potencias nucleares. Al mismo tiempo, una de estas potencias nucleares – Estados Unidos – se encuentra aplicando las mismas “jugadas” de “tira la piedra y esconde la mano” que nos llevaron a la invasión rusa de Ucrania, pero con otra potencia nuclear: China. Para hacer la situación aún más preocupante, si Rusia posee el tamaño limitado que efectivamente posee en la economía global, y las medidas coercitivas unilaterales occidentales contra este país han causado más daño y devastación económico a todo el planeta y en menos tiempo que la propia pandemia del COVID-19, ¿qué será del sistema económico y financiero global si se pretende hacer lo mismo, pero con el gigante asiático, quizás la potencia económica más grande del planeta? Y, si en el caso de no ser práctico por la devastación económica y financiera que sufrirá todo el planeta, y se opta por una estrategia no-económica para someter a China a los diseños estadounidenses y a su anhelada unipolaridad, ¿Cuáles opciones quedarían disponibles para Estados Unidos? ¿Un escenario ucraniano en Taiwán o en otra isla del Mar de la China Meridional? ¿Y con el arsenal convencional y no convencional que posee China?

Entonces, con todo respeto al título satírico que emplea Kubrick para su brillante obra cinematográfica, pero tenemos que insistir, desde los pueblos del Sur, que NO podemos aprender a dejar de preocuparnos, ni mucho menos podemos “amar la bomba”, porque sabemos que Estados Unidos no está gastando 50 mil millones de dólares en apoyo a Ucrania (que sabemos, probablemente más) y no está aguantando un desastre económico de la escala que se vive en la actualidad, por la “soberanía” de un país europeo, cuando tantos otros países – europeos (Serbia) y no europeos (la lista es demasiada larga para colocarla aquí) – han sido destruidos por el mismo Estados Unidos.

Sabemos muy bien que el preludio de una guerra a través de terceros se manifiesta a través de acuerdos como el AUKUS y todas las maniobras que estamos viendo en los últimos meses en el Pacífico y el Mar de la China Meridional, sabemos también que lo único permitido en la agenda internacional son las “legitimas” preocupaciones geoestratégicas de Estados Unidos y sus aliados, con una arrogante indiferencia a las preocupaciones de los demás, preocupaciones que surgen justamente por las acciones de Estados Unidos. Sabemos que la imposición de la Unipolaridad es una acción devastadora para todos, a raíz de la naturaleza irreversiblemente multipolar del sistema internacional, y que esta imposición pudiera llevarnos a un infierno de hambrunas, pobrezas, desestabilizaciones, y, finalmente, quizás hasta un holocausto nuclear.

Con el colapso de la Unión Soviética, cantamos y festejamos alegremente junto a ilusionistas y estafadores como Francis Fukuyama, celebrando el “fin de la historia”: ya no tenemos que temer más a la “bomba”, y que, de aquí en adelante, Tendremos todos pura prosperidad, al mejor estilo gringo. Ahora, tristemente, tenemos que sacar de los antiguos archivos del periodo anterior al jubileo del “fin de la historia” (es decir, los días oscuros cuando existía la Unión Soviética), obras como la de Kubrick para verlas de nuevo y analizarlas, y así prepararnos para un posible escenario de tantos que nos espera, cuando la poca frialdad que le queda a la Guerra Fría de nuestro momento, termine de transformarse en una llama incandescente que nos devore a todos…

Los dejo con esta hermosa canción estadounidense, tan satírica de la primera Guerra Fría, como lo fue el propio Señor Kubrick con su “Dr. Amor estraño”.

 

Cuando asiste a un funeral,

Es triste pensar que tarde o temprano

Más tarde aquellos a quienes amas harán lo mismo por ti.

Y puede que hayas pensado que es trágico,

Sin mencionar otros adjetivos.

…pensar en todo el llanto que haran.

Pero no te preocupes.

No más cenizas, no más cilicio.

Y un brazalete hecho de tela negra

Algún día nunca más adornará una manga.

Porque si la bomba que te cae encima

Recibe a tus amigos y vecinos también,

No quedará nadie atrás para llorar.

Y todos iremos juntos cuando nos vayamos.

Qué hecho tan reconfortante es saberlo.

luto universal,

Un logro inspirador,

Sí, todos iremos juntos cuando vayamos.

Iremos todos juntos cuando nos vayamos.

Todo impregnado de un resplandor incandescente.

Oh, todos freiremos juntos cuando freímos.

Pronto seremos patatas fritas.

No habra mas miseria

Cuando el mundo es nuestro asador,

Sí, freiremos todos juntos cuando freímos.

Abajo por la vieja vorágine,

Habrá una tormenta antes de la calma.

Y todos hornearemos juntos cuando horneemos.

No habrá nadie presente en el velorio.

Con participación total

En esa gran incineración,

Casi tres mil millones de trozos de bistec bien cocido.

 

“Iremos todos juntos cuando nos vayamos”

Tom Lehrer, 1959

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